Mauricio Macri acaba de hacer una toma de posición que no merecería quedar sepultada por el consabido vértigo argentino. Macri, simplemente, lo describió a Milei. Y lo hizo en términos llanos, precisos, con un tono cuidadoso pero certero. Sin despertar, significativamente, réplica acalorada alguna de parte del interesado.
¿Describir a Milei con acierto puede ser considerado una tarea de riesgo? Sí, por dos motivos. El primero es que la descripción la hace el aliado más importante del presidente que en cuarenta y un años de democracia consiguió más apoyo popular que ninguno sin dejar de ser el más solitario. El segundo motivo es que Milei suele estar más atento que nadie en el mundo a las opiniones que se vierten sobre él. Macri dijo que Milei tiene “una psicología especial” y que es “demasiado violento”.
En el desordenado y frágil sistema de partidos que hay hoy, Macri no sólo es un aliado estratégico, también es un rival. Encima Pro tiene gente en el Gobierno puesta por Milei que es de dos categorías: con y sin la venia de Macri. No es lo que se dice un modelo de coalición de manual. Sin embargo, buena parte del futuro electoral depende de cuánto se entiendan Milei y Macri.
Conviene recordar una vez más que Milei ganó el balotaje en 2023 con 56% porque Macri lo apoyó y que en 2025 Milei sólo podrá pegar el crucial salto cuantitativo en términos parlamentarios si los dos partidos consiguen presentar listas aunados. Extraño que sus líderes no tengan un cartelito al pie de la cama refrescando por qué Axel Kiciloff es hoy el gobernador de la provincia de Buenos Aires. Simple aritmética: si Pro y La Libertad Avanza hubieran llevado un solo candidato (seguramente no Carolina Píparo) toda la política hoy sería diferente. Milei hasta se habría ahorrado -por doblemente innecesaria- la frase de esta semana de ponerle el último clavo al cajón del kirchnerismo con Cristina Kirchner adentro.
En líneas tal vez esquemáticas podría decirse que hay tres formas de explicar a Milei. Una es la de los libertarios y mileístas iracundos, poco tolerantes, que con fanatismo indisimulado lo consideran salvador, justiciero, el glorioso líder anticasta, el león indomable, un iluminado celestial, genio, etcétera. Otra, la de quienes lo invalidan en su totalidad. Lo rotulan de loco, malvado, ajustador desalmado, autócrata, enemigo del pueblo, destructor de la nación, vendepatria, cosas así. El tercer grupo, de gran envergadura según los encuestadores, matiza su opinión, no es en blanco y negro. Ve un Milei positivo, el que se puso al hombro con éxito el aplastamiento de la inflación, el que exuda determinación como ningún presidente, el que convirtió en objetivo revolucionario la meta de dejar de gastar por encima de lo que se tiene, el que enfrenta los curros enquistados en casi todos los rincones del Estado. Pero lo encuentra entreverado con un Milei de dudoso apego a las instituciones, contradictorio sobre todo en lo que se refiere a la casta proverbial, impiadoso con los jubilados y con otros sectores débiles, cuyo peor costado es el de repartidor de insultos y descalificaciones a diestra y siniestra.
En términos de incertidumbre es mucho más confortable pertenecer a los primeros dos grupos. Los miembros de ambos saben con inapelable certeza lo que les espera: a los del grupo uno, el Paraíso; a los del dos, el Infierno. El lío lo tiene esa mayoría de argentinos que con inquietud oscilante saborea un Milei agridulce. Fatigado de apilar fracasos nacionales, ese grupo cree en él, quiere creer en él porque aprecia el rumbo. Pero al futuro no lo vislumbra con claridad, lo espera con reservas. Quién sabe cómo sería un Milei en dificultades políticas severas y, peor aun -parece razonar-, quién sabe qué seguirá en caso de obtener él en 2025 un voluminoso respaldo electoral. Las dudas que suscita la disruptiva personalidad presidencial en una inmensa cantidad de almas constituyen un asunto importante de la realidad argentina. Lo paradójico es que esa personalidad se presenta indisoluble de la determinación cautivante.
En este contexto Macri dijo en la Bolsa de Comercio de Córdoba, en un diálogo con el economista Guido Sandleris, que lo bueno de Milei es que “practica la autenticidad, no tiene dos discursos”, comportamiento al que llamó “sincericidio”. Vale la pena reproducir la descripción completa: “es frontal, a veces demasiado frontal, demasiado duro, demasiado violento para algunos: los viejos meados creemos en otro tipo de formas, pero estamos en otros tiempos; su autenticidad es lo más valioso, que él siempre exprese lo que va sintiendo porque así la gente te va conociendo”.
Macri desarrolló esta idea, la de la de la confianza que genera un líder a través del tiempo, y se puso a sí mismo como ejemplo. “Yo tengo la suerte de conservar una linda relación no solo con los cordobeses sino con muchos argentinos, porque ya saben… Macri en estas circunstancias… si pasa A, B y C, él va a hacer D, ¿por qué? Porque mantenés una coherencia en lo que decís”.
Milei, siguió Macri, “da a veces batallas que no debería dar, esto lo hemos hablado, pero la gente también votó a alguien sabiendo que tenía una psicología especial, la gente no es tonta, votó a alguien con un mandato destructivo y de confrontación; él no está haciendo algo distinto de lo que él les propuso, no fue a decir síganme que viene la revolución productiva e hizo la revolución que después hizo Menem económicamente, él dijo ‘yo vengo a hacer esto’ y lo está haciendo. Plantea las cosas muchas veces en forma áspera, pero para mí la autenticidad lo vale”.
De manera directa o indirecta la descripción de Macri sintoniza con las reservas que genera Milei en mucha gente. Obsérvese que Macri, si bien dice “los viejos meados creemos en otro tipo de formas”, referencia a uno de los insultos más brutales que haya empleado Milei (contra economistas), no cae en la indulgencia de llamar cuestiones formales a las agresiones públicas que reparte Milei siendo el presidente de la Nación.
Para cuando Macri hizo esta descripción el ring mediático estaba concentrado en lo que dijo Milei sobre el cajón y en las condenas que la frase suscitó. Tal vez Milei no haya recordado el maleficio de Herminio Iglesias. Su intención, al parecer, fue intervenir en la interna de Cristina Kirchner con Kiciloff. Antiguamente también había interferencias de gobiernos en internas opositoras pero eran más sutiles y -esto no es nada difícil- más elegantes.
Hoy los partidos están patas para arriba. Varios llevan cismas en el vientre. El fenómeno más curioso quizás sea el del radicalismo, que después de pasar dos meses discutiendo si expulsa o no a los rebeldes más oficialistas ahora afronta el riesgo de que se le desgajen los rebeldes más opositores.
Es cierto que un meteorito llamado Javier Milei cayó arriba del sistema de los partidos. Pero no los dinamitó, el sistema ya llevaba décadas desbarajustado. ¿Puede recomponerse? No así.
Milanesas mediante, Macri persuadió en varias comidas a Milei en Olivos para que moderara su frontalidad. El resultado está a la vista.
Fuente: Por Pablo Mendelevich (para La Nación)