Se conocieron cuando tenían 12 y 11 años respectivamente y se perdieron de vista por casi una década, pero la vida siempre los encontró. Hoy, son una familia que vive en San Isidro, con dos hijos -Mateo y Benjamín- y una historia que, contada por ellos, parece sacada de un guion romántico.
Lucas visitó el programa Los 8 Escalones, conducido por Guido Kaczka, y contó la historia luego de obtener el premio. En diálogo, ahondó en la misma al recordar que a Camila la conoció en un encuentro de adolescentes: “Ella era la cabecilla del grupo. Y cuando la vi sonreír no pude dejar de mirarla. Me ponía nervioso, pero me armé de valor y la saqué a bailar. Fue toda la noche mirándonos”.
Camila, por su parte, confirmó: “Él estaba en primer año, yo en séptimo. Fue una de esas cosas raras, porque nos mirábamos, pero no sabíamos qué hacer. No pasó ni un beso, nada. Nos veíamos, pero todo quedaba ahí, en la vergüenza típica de esa edad”.
Después de esa fiesta, como suele ocurrir en los primeros años de la adolescencia, cada uno siguió su camino. Pero el recuerdo hacia el otro permaneció. “Era difícil conseguir el teléfono en esa época, y no era el momento para estar de novios. Pero algo quedó. Es como si hubiéramos quedado marcados, aunque no lo sabíamos en ese momento”, explicó Lucas, hoy con 42 años.
Durante la etapa de la secundaria, a pesar de que iban a colegios distintos, pero enfrentados en la misma calle, los caminos de Lucas y Camila se separaron. Él siguió con su vida, comenzó a estudiar y a tener sus primeros trabajos, mientras ella vivía su adolescencia y luego su adultez en pareja, con la responsabilidad de criar a su primer hijo, Mateo.
Antes de que eso sucediera, ambos se reencontraron en un restaurante: Lucas estaba sentado con su hermano y un amigo y Camila fue la moza que los atendió esa noche. “Yo estaba de novio, por irme a vivir con mi pareja de aquel entonces. Ella también estaba de novia. Nos miramos durante un largo rato, y sentí esa conexión inmediata. Era como si no hubiera pasado el tiempo. Nos cruzamos muchas miradas, y ahí supe que algo había quedado pendiente. Nos pasamos los teléfonos y hablamos mucho, incluso contemplé la idea de separarme para estar con ella. Pero no nos animamos”, sostuvo él.
“Lo vi de nuevo, pero ya como un hombre, y me encantó. Algo en mí, algo en esa mirada, me hizo pensar que tal vez todo lo que había pasado hasta ese momento tenía sentido. Pero la vida nos fue llevando por caminos no muy románticos”, agregó Camila (41) con una mirada reflexiva. “Yo estaba trabajando, con mis propios desafíos. La vida era otra”.
Pero el destino, una vez más, tenía algo planeado para ellos. Fue en 2014, después de más de 10 años sin verse, cuando la casualidad los reunió de nuevo a la salida de otro restaurante. “Salía de comer con unos amigos y la vi pasar. Nos miramos fijamente, pero no dijimos nada, ella siguió caminando. Entonces corrí hasta la esquina y le pedí su teléfono”, rememoró Lucas.
Camila, que para ese entonces ya era madre de Mateo, le dijo que obviamente lo recordaba, pero que no quería ir a tomar el café que Lucas le proponía, argumentando que tenía que ir a buscar a su hijo. Ella, entre risas, continuó: “Le mentí, no tenía que ir a ningún lado. Después me di cuenta de que era algo que no podía dejar de lado. Esa atracción era tan fuerte que no pude ignorarla”.
Sin que lo supieran, el universo estaba preparándolos para formar una familia. Aquel año comenzaron a salir y en 2015 se casaron. “Hoy vivimos en San Isidro con nuestros dos hijos: Mateo, de 17 años, y Benjamín, de 8″, dijo Lucas, mientras Camila lo escucha con el mismo amor que sintió al conocerlo. “Lo que más nos cambió fue la responsabilidad de ser padres, sobre todo con el diagnóstico de Benja, a quien a los tres años le detectaron autismo”, especificó Lucas.
A pesar de los desafíos, Lucas y Camila encontraron en el amor algo más grande que cualquier obstáculo. “El amor no es racional”, reflexionó Camila. “Es algo que no podés controlar. Porque cuando llegamos a este punto entendimos que todo lo que pasó antes tenía que suceder para llegar hasta acá”.
“Si algo aprendí de todo esto”, concluyó Lucas, “es que las oportunidades de ser feliz hay que tomarlas. La vida es corta, no podemos perderlas”.