
Durante años, el predio que ocupó la fábrica Establecimientos Textiles Latinoamericanos -conocida como ESTELA- fue símbolo de desarrollo y empleo para los barrios San Martín y San Jorge. Hoy, en cambio, representa un foco de preocupación para los vecinos, por el deterioro edilicio y los episodios de inseguridad que se repiten.
La construcción comenzó en 1953 y, un año más tarde, ya estaba en marcha la producción. La apertura de la planta significó una oportunidad de trabajo para numerosas mujeres del norte de la ciudad y estimuló la radicación de familias en una zona históricamente relegada.
Durante cuatro décadas, la planta ubicada en Av. Illia al 1300 impulsó el crecimiento del barrio. Entre quienes trabajaron allí se encuentra Marcelo Bellú, quien llegó desde Conesa en 1948. Su relato da cuenta de los detalles del proceso textil:
“El algodón llegaba en bruto desde Perú y pasaba primero por el batán, una plancha donde se estiraban, abrían y secaban los fardos. Luego pasaba a las cardas, máquinas con tambores y peines que terminaban de abrir el algodón y lo convertían en mechas. Estas se envolvían en tambores, que al llenarse se reemplazaban y pasaban a manuales. De allí, a la mechera, que generaba una mecha apuntando hacia arriba. Esa mecha se engarzaba en el sector de continua, donde el tubo giraba y el algodón se procesaba hasta alcanzar el grosor deseado. Finalmente, en la sección de enconado —donde trabajaba Marta— el hilo se acomodaba en ovillos para su comercialización”.
A mediados de los años 90, la fábrica no logró resistir el impacto de las privatizaciones impulsadas a nivel nacional. En 1996, tras un cambio de propietarios, se presentó la quiebra de ESTELA y comenzaron los despidos masivos. En muchos casos, las indemnizaciones fueron parciales o quedaron inconclusas, afectando a cientos de familias.
Un cierre que marcó un quiebre
Durante el segundo mandato de Carlos Menem, el país transitaba un fuerte proceso de liberalización económica. Las privatizaciones se multiplicaban y, si bien algunas arrojaron resultados favorables, otras derivaron en la paralización de empresas. Ese fue el caso de ESTELA, que cesó sus operaciones, despidió a su personal y clausuró una etapa de prosperidad industrial en la zona.
Del abandono a la amenaza
Desde 1996, el estado edilicio comenzó a deteriorarse con rapidez. El vandalismo se instaló: primero con robos de maquinaria, luego con daños estructurales, roturas, incendios intencionales y basurales improvisados. También aparecieron grafitis y se multiplicaron los reclamos de los vecinos por la inseguridad.
Aunque durante un tiempo se mantuvo la expectativa de una eventual reactivación, esa posibilidad nunca se concretó. Hoy, los hechos delictivos en la zona son frecuentes. La oscuridad, los escombros y la falta de mantenimiento convierten al predio en un espacio propicio para el delito.
Uno de los episodios más recientes ocurrió el sábado 31 de mayo. A las 19 h, un colectivo de la línea Azul de SATA circulaba por el frente de la exfábrica cuando una piedra impactó contra una ventanilla. El proyectil golpeó en la cabeza de Lua, una niña de tres años que viajaba con su madre, Celeste. Gracias a la rápida reacción del chofer, los pasajeros y la policía, la menor fue atendida en el Hospital San Felipe, donde recibió una sutura de siete puntos.
Lo ocurrido refleja una situación que requiere respuestas concretas. El predio de la exfábrica ESTELA, símbolo de una etapa productiva, hoy genera temor entre las familias nicoleñas. El deterioro avanza, mientras sigue ausente un plan de acción por parte de las autoridades.