Sociedad

Algunas cuestiones acerca de la relación médico-paciente

El Dr. Alejandro Spagnolo reflexiona sobre la complejidad del vínculo entre médico y paciente, un lazo que trasciende la ciencia y se nutre de la empatía, la escucha y la confianza. Una mirada humana sobre una relación que define el verdadero sentido de la medicina

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Si bien todas las relaciones humanas son complejas, esta afirmación nunca es más exacta que en el caso de la relación médico-paciente, ya que se encuentra influenciada por factores sociales, culturales, emocionales y económicos. Igualmente, cierto es que la práctica de la medicina se basa en esa interacción enfermo-médico y en el crédito que el paciente le otorga a dicha práctica.

En épocas pasadas se confiaba más en la honestidad e inteligencia del médico que en los conocimientos de la medicina, ya que, si no podía curar, por sus condiciones humanas siempre podría consolar al individuo que sufría. Con el progreso científico se ha modificado esa función de ayuda espiritual para convertirlo en una persona técnicamente preparada para emplear distintos medios paliativos o curativos.

Debido a esto, en nuestros días, el profesional es capaz de hacer el “bien” a través de dichas técnicas, de la misma manera que puede infligir un “mal”, aunque por supuesto ello nunca sea intencional. Esto es la llamada iatrogenia, que representa todo aquello hecho por el médico que produzca un efecto nocivo en el individuo.

Según el Dr. Francisco Maglio, desde un punto de vista antropológico, la relación médico-paciente sería un proceso en el cual se pueden observar tres características: empatía, aceptación y veracidad.

El paciente necesita ver que es tenido en cuenta y, por sobre todas las cosas, que se lo demuestren con gestos. Por eso creo que por empatía debe entenderse la obligación que tiene el médico de dar a su paciente un apretón de manos, un saludo amable, una palmada en la espalda o una broma en el momento indicado. Esto es parte de un tratamiento integral, ya que seguramente se advierta que, aunque la enfermedad no se resolverá con esta sola actitud, tal vez los efectos colaterales de una medicación o las consecuencias de una internación prolongada se atenúen.

En cuanto a la aceptación del paciente, nos referimos a una cuestión moral: interesarnos por nuestros pacientes tal como son y cómo piensan. Debe tenerse presente que el derecho a la salud está por encima de todo, sin excepciones, dejando de lado diferencias sociales, políticas o religiosas.

El paciente tiene derecho a saber, pero también a no saber, excepto cuando pueda dañar a terceros, como en el caso de una enfermedad infectocontagiosa. Por ello, la veracidad de la información sobre una enfermedad con mal pronóstico debe estar matizada con esperanza. No creo que el médico tenga la autoridad moral para decirle a otro ser humano que no le queda mucho tiempo de vida. En cambio, sí puede hacer que esos últimos momentos sean lo más placenteros y armónicos posible.

Distinto es lo que ocurre en otras culturas, como la de los países desarrollados —y cada vez más también en la nuestra—, donde el médico da malas noticias (y el paciente las escucha) con llamativo estoicismo.

Como en toda relación humana, debe haber respeto entre ambas partes, y una forma de respetar al paciente es escuchándolo, desestructurando el acartonado interrogatorio de los clásicos libros de medicina e intentando conocer no solo lo biológico sino también la historia personal del enfermo: sus aspectos familiares, sociales y laborales. Esta actitud puede demandar apenas diez minutos más de conversación, y está lejos de ser una pérdida de tiempo. En cambio, afianza lazos, reduce la ansiedad del paciente y lo conforta, incluso cuando la curación no sea posible.

En no pocas ocasiones, los pacientes cuestionan el accionar del médico debido a una ansiedad que no tolera la incertidumbre propia de nuestra tarea, demandando estudios innecesarios. Esto ocurre, por ejemplo, cuando el médico se enfrenta a una enfermedad que no se ha manifestado claramente, y no puede dar al paciente el nombre preciso de su patología. Lo más importante en este caso es que el médico sea sincero: aunque no se haya establecido el diagnóstico, debe transmitir que sabe los pasos a seguir. Esto resulta más tranquilizador que una medicación costosa y prescindible.

Otro problema al que se enfrenta el profesional no es de índole estrictamente médica, sino que está representado por cuestiones personales del paciente —pleitos familiares, dificultades económicas, desocupación— que suelen aflorar durante la atención. El médico debe mostrarse comprensivo pero cauto, manteniendo la distancia justa y sin perder de vista el objetivo principal: la mejoría del paciente.

A pesar de las múltiples dificultades diarias, esta relación es casi siempre enriquecedora, tanto para el paciente como para el médico. Creo que este enriquecimiento mutuo debe fortalecerse con cada paso, ya sea favorable o desfavorable, sobre todo si el profesional muestra respeto, dedicación y compromiso, y el enfermo —junto a su familia— comprensión y paciencia.

Fuente: Por el Dr. Alejandro Spagnolo, secretario general del Círculo Médico

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