Opinión

El triunfo le da a Milei una oportunidad única

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La contundencia del triunfo de Milei en las legislativas terminó con la crisis política que hizo decir a Donald Trump que la Argentina se estaba muriendo. El presidente norteamericano fue el primero que “la vio” y la línea de vida excepcional que le tiró a su aliado argentino le dio oxígeno para sostenerse. Sin embargo, la conclusión más importante de la elección de ayer fue que una buena parte de la sociedad no votó por temor al futuro sino que lo hizo por miedo al presente.

La debilidad del gobierno de Milei, política y económica, despertó un reflejo que ninguna encuesta pudo auscultar. Esa fragilidad anticipaba que, otra vez, si Milei pendía de un hilo, las reglas de juego volverían a cambiar, con un pronóstico tumultuoso de la economía, la política y la vida cotidiana de la gente. Una historia conocida en la Argentina que ha dejado consecuencias y enseñanzas concretas. La inestabilidad operó como un estímulo para evitar ese escenario por el que los argentinos ya vivieron.

La sociedad la está pasando mal. Aún así, decidió apostar a esta experiencia política ante la pobreza de la oferta opositora que se condensaba en una sola consigna: frenar o, si era posible, terminar con la actual administración.

Hay que poner en contexto la decisión electoral cuya amplitud sorprendió a los propios miembros del gobierno libertario.

A Milei se le abre una oportunidad que si la sabe aprovechar puede darle una fortaleza inédita para su gestión. En primer lugar, incrementó sustancialmente sus legisladores, tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados. También, como lo destacó en su discurso de anoche, pareció encontrar un tono amable de convocatoria a otras fuerzas, incluidas los diversas fracciones del panperonismo pero excluyó específicamente al kirchnerismo, uno de los grandes derrotados con Cristina a la cabeza. Se ha verificado también que el proyecto romper la polarización -el que encabezó Schiaretti- volvió a fracasar.

Este primer apunte de Milei evitó una de las celadas en la que, una y otra vez, cayó el Presidente apenas se anotaba un éxito: la soberbia. Por ahora, aún cuando tenía sobradas razones para el exitismo más alocado, se contuvo siguiendo un libreto que se comenzó a escribir apenas se concretó en los hechos la excepcional ayuda financiera de Washington.

El punto político central fue que Milei debía imprescindiblemente ampliar su base política, evitar las heridas autoinfligidas, y convocar a las fuerzas más afines. Eso significa negociar.

Trump lo dijo en el Salón Oval cuando condicionó el rescate a la Argentina al resultado electoral. Si Milei no obtenía un buen resultado, Trump pisaría la manguera de dólares que maneja Scott Bessent para poner en raya a la corrida. Si eso ocurría, la zona sísmica en que se ha convertido la economía argentina se convertiría en un terremoto.

Milei intentó anoche poner paños fríos sobre las luchas intestinas que sacudían a la administración. Gerardo Werthein, el ex canciller, decidió anticipar su renuncia como protesta por las operaciones que, según su entorno, lo crucificaban precisamente por no haber anticipado o previsto la ahora famosa frase de Trump. Fue una chicana porque realmente era imposible que el entonces canciller hubiera podido hacer algo con la verborragia de Trump. Santiago Caputo, el estratega que ayer fue ensalzado por Milei, sintió que había llegado su momento, luego del fracaso de la estrategia de Karina Milei y de los Menem en septiembre pasado.

En un mes, la elección se dio vuelta como una media. Y los derrotados de entonces parecen ahora los vencedores. Caputo no pudo influir en el reemplazo de Werthein, Pablo Quirno, un funcionario con múltiples contactos con el mundo financiero norteamericano. Luego, el gesto del Presidente de darle centralidad al jefe de Gabinete, Guillermo Francos, en el anuncio del triunfo electoral. El ministro-coordinador con diplomacia hizo exactamente lo contrario de lo que quería la justicia electoral y dio las cifras globales de la elección, no distrito por distrito como había ordenado. Es lo que quería la administración: poner en evidencia que se había ganado en la suma total de votos.

Caputo, el joven, había dejado trascender que sería él quien suceda a Francos. Anoche pareció que todo quedaría como estaba. Francos se había acercado a Karina cuando se sintió acorralado por el joven asesor.

Milei también felicitó a Karina para cerrar el capítulo público del enfrentamiento. Pero este round claramente lo ganó la hermana del Presidente.

El dato más importante fue el triunfo en la provincia de Buenos Aires. El episodio de Espert, quien debió renunciar por su relación con un acusado por lavado en EE.UU., pareció un cross en la mandíbula de los libertarios. No fue así: el triunfo de Santilli demostró que tuvo menos impacto del ponderado o, lo que es más probable, los votantes de Milei prefirieron tragarse el sapo de Espert y votar por la lista violeta.

Más allá de la gestualidad y la oratoria encendida de los derrotados de ayer, Cristina, Kicillof y Massa fueron golpeados por la ola libertaria. Estamos quizá en el prólogo de los movimiento telúricos que cambian bruscamente la geografía partidaria.

Kicillof saluda Grabois en el búnker derrotado, ante la mirada de Máximo Kirchner. Foto Fernando de la Orden

Algunos indicios. El camporista Recalde no mencionó a Cristina en su discurso, luego de su aceptable desempeño en la elección. Kicillof, en cambio, exaltó a la ex Presidenta, después de haberla marginado de la victoria en septiembre. El gobernador esperaba otro resultado, claramente. Lo necesitaba para reforzar su proyecto de convertirse en el único que se salvaba del incendio y que podía encabezar la fórmula peronista en el 2027. Esta apuesta la perdió y no podrá evitar que le enrostren el desdoblamiento porque aquel triunfo desactivó el compromiso de los intendentes.

En la elección del domingo, dentro de una disminución del interés por votar, hubo mayor afluencia en favor de La Libertad Avanza, que ni soñaba con el triunfo.

El peronismo ha quedado coagulado en categorías ideológicas desde hace tiempo y correrse de ese lugar para recomponer su atractivo y oferta a la gente le cuesta demasiado.

La férula política le impide un debate amplio y libre. Cristina impone esa situación y la agudiza. Los slogans del pasado se convierten en cáscaras vacías, en muecas, si no se incorporan la nueva realidad, que ayer les pegó un sonoro cachetazo.

Fuente: Ricardo Kirschbaum (para Clarín)

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