
La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) atraviesa un derrumbe a cielo abierto. Claudio Tapia y Pablo Toviggino, arquitectos de su propio laberinto, ya no encuentran la salida y apenas buscan una puerta para escapar sin demasiadas heridas.
La peor semana institucional en años los dejó sin la poca legitimidad que aún conservaban: repudiados por hinchas de todos los clubes, desobedecidos por dirigentes de peso -como Juan Sebastián Verón-, y con futbolistas que directamente dejaron de temerles.
La rebelión de Estudiantes fue apenas el síntoma más visible de un sistema agotado. La conducción de la AFA perdió hace tiempo el consenso de los protagonistas, que sólo permanecen en silencio por miedo o conveniencia. Pero esta vez la desconfianza alcanzó un nivel que roza lo grotesco: el artículo “Homenaje a los clubes campeones”, presentado como resolución del 12 de febrero, habría sido escrito recién el domingo 23 de noviembre a las 19:21, minutos después del Central-Estudiantes. Lo detectó el periodista mendocino Federico Umaña, quien expuso la fecha de edición del documento.
El texto contiene detalles tan específicos de ese partido que sólo pueden entenderse como una maniobra torpe para justificar un castigo al plantel que se negó al “pasillo” impuesto desde Viamonte. Una pieza apócrifa para disciplinar al único equipo que se animó a expresar, en la cancha, su hartazgo hacia la AFA. Y la burla se agranda frente a un dato inapelable: Talleres, Platense, Vélez e Independiente Rivadavia también fueron campeones esta temporada, y a ninguno se le hizo el famoso homenaje.
Ni siquiera en el terreno de la malicia parece haber profesionalismo. La AFA funciona sin control, sin pudor y sin prolijidad. Y, sin embargo, sigue sostenida por el poder interno que Tapia maneja con precisión: árbitros, Tribunal de Disciplina y dirigentes que le deben más favores de los que pueden admitir.
A esa estructura se suma una sombra que crece: los vínculos del presidente de la AFA con Ariel Vallejo, dueño de Sur Finanzas y sponsor de clubes y de la propia asociación, hoy investigado por lavado. Esa causa -más que la crisis institucional- es, tal vez, la verdadera preocupación del mandamás.
Mientras tanto, el caos ya excede a la AFA. El conflicto se filtró a la política y llegó al despacho más alto del país. Javier Milei posó dos veces en 48 horas con camisetas de Estudiantes, un gesto nada sutil en plena guerra fría con Tapia. Primero fue en redes sociales; luego, en la Casa Rosada, durante una reunión oficial con el canciller israelí Gideon Sa’ar.
La Nación -y el propio Presidente- promueven abiertamente las Sociedades Anónimas Deportivas, modelo que Tapia rechaza y que sólo un puñado de dirigentes avala, entre ellos el propio Verón. Todo ocurre en simultáneo al aval presidencial hacia un informe de Federico Sturzenegger, que acusó con estadísticas la presunta influencia de Tapia en los arbitrajes favorables a Barracas Central. Milei no dudó en amplificarlo: habló de “irregularidades” que “muchos susurran y nadie denuncia”.
El choque de poderes se reactivó el fin de semana, cuando Estudiantes decidió no hacer el pasillo a Rosario Central. Los jugadores dieron la espalda en señal de rechazo y la respuesta fue inmediata: expediente del Tribunal de Disciplina, acusaciones de rebeldía y el enojo explícito de Tapia y Toviggino.
Verón, fiel a su estilo, respondió con una cita histórica que dejó clara la postura del club: “Estoy plenamente seguro de que a Estudiantes nadie lo llevará por delante en ningún terreno”.
Pero el problema es mucho más profundo que un cruce entre instituciones y un presidente. El sistema que sostiene a la AFA es obsoleto y funcional al mantenimiento del poder. Lo recordó el diputado Fernando Iglesias: el verdadero núcleo del desastre es el mecanismo de elección.
El presidente de la AFA se elige con 46 asambleístas: 22 de Primera, 6 de la Primera Nacional, 5 de la B Metro, 3 de la C, 2 del Federal, 5 de Ligas del Interior, y 1 por fútbol femenino, futsal/playa y exreferentes del deporte. Resultado: el Ascenso tiene dos delegados más que la Primera División. Un armado perfecto para construir lealtades baratas, favores recíprocos y votos de igual peso, pero escasa representatividad.
No es casualidad que este esquema haya permitido la eternización de Grondona y ahora de Tapia. Y que el fútbol argentino se encuentre nuevamente atrapado en la misma telaraña.
Hoy, el país entero mira un descontrol que ya no puede maquillarse. Una AFA que falsifica documentos, sanciona disidencias, mantiene vínculos turbios y opera con un sistema electoral diseñado para blindar al que está. Un poder que se desmorona a la vista de todos, pero que aún se sostiene porque así fue construido.
Ya no se trata sólo de una crisis de autoridad. Es una crisis de sistema. Y el fútbol argentino -que sobrevivió a casi todo- pide a gritos una discusión que ya no puede esperar: ¿cómo se evita que otro Tapia vuelva a tomar el control?



