Opinión

“Ahí lo tenés al Adorni”

El ninguneo del vocero del presidente a Maradona en el “Día Internacional del Zurdo”

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Domingo Faustino Sarmiento la escribió en uno de sus primeros libros. Juan Domingo Perón la hizo propia. La frase: “Del ridículo no se vuelve”.

Ese fue el ensayo del portavoz del Gobierno Nacional, Manuel Adorni, quien buscó responder a la controversia surgida tras olvidar mencionar a Diego Armando Maradona durante la conferencia de prensa del martes por el “Día Internacional del Zurdo”.

A diferencia del sector que actualmente gobierna nuestro país, Maradona siempre se mostró afín a las ideas del peronismo, partido político opositor al de Javier Milei. Y ese fue el motivo por el cual Adorni se esforzó para quedar en ridículo.

Ningunear la grandeza de Maradona-futbolista, en su rol de ídolo de un país como el argentino, es un pecado capital, con el agravante que deja expuesto al vocero de Milei como un personaje absolutamente grotesco.

Es que Diego Maradona fue un pasaporte que abrió mundos, un sustantivo que nunca necesitó de traducción, el apellido definitivo de un país.

Hasta su muerte no era una muerte imposible. Todo lo que se podía hacer con un cuerpo para vencerlo, él lo había hecho. Lo quebró emocionalmente. Entregó el cuerpo, su cuerpo, a la felicidad colectiva. Fue un fabricante de felicidad. ¿Cómo menospreciarlo de la manera absurda que lo hizo el vocero del presidente?

Maradona las hizo todas y todas las que se le pusieron enfrente las fue esquivando en lo que era su propio arte. Se imantó -y nos imantó- de una sensación de invencibilidad. No parecía haber finitud en Diego. Y en realidad es que no hizo lo que quiso; hizo lo que pudo con lo que fue; con lo que significó ser Maradona, mucho más que un jugador de fútbol.

Entregó su vida a la reivindicación de Villa Fiorito, del barro, de una madre que no comía para que pudieran comer él y sus siete hermanos.

Su historia es la historia de la desigualdad de la Argentina, de América Latina. Es todo lo que hay que entender para entender al Maradona que arremetió contra el oro del Vaticano y el poder de la FIFA; el que se tatúo al “Che” Guevara y se hizo amigo de Fidel Castro; el que fue a Nápoles y sacó la pus del norte rico y el sur pobre; el que pidió igualdad para los futbolistas y anunció un sindicato; el que le contestó a los italianos que silbaron el himno nacional ante la mirada del mundo y el que le negó el saludo al mandamás de la FIFA cuando Codesal le entregó la copa a los alemanes.

Las contradicciones, en las que siempre hurgan sus detractores, como el mismismo Adorni, son parte de su humanidad desmesurada. Y la belleza de Maradona radicó, sobre todo, en su humanidad.

Si algo podría resumirlo, y nada lo resume, fue su partido contra Inglaterra, en el Mundial ’86, cuatro años después de la guerra de Malvinas, un diálogo entre el gol con la mano y el gol más maravilloso de la historia.

Un hombre jugando como nadie mejor jugó el deporte que habían inventado ellos: los ingleses. Y mientras acá todavía celebramos la proeza de Diego, en Londres se lamentaba Thatcher, la mujer que precisamente tanto admira el jefe de Adorni.

Claro que Maradona cometió muchos lamentables excesos que resaltaron todavía más una vez terminada su carrera. Reconoció muchos y se hizo perdonar casi todos entre una legión de admiradores para quienes ya no había diferencia entre el símbolo y el hombre.

El mundo del fútbol lo abraza con los máximos honores. Todos los demás pueden reconocer su insuperable talento deportivo y el anhelo de superación que explica la admiración de tantos, en un mundo donde si algo se impone es la desigualdad.

Muchos dirigentes políticos están convencidos de que, como a Maradona, Dios los elige para hacer feliz al pueblo o salvar la república. Muchos transitaron y recorren sus trayectorias luciendo rosarios o cruces e invocando el imperativo celestial de la hora. Hasta el propio Francisco envió rosarios a un sinfín de dirigentes, sobre todo del kirchnerismo. Un gesto nada menor porque el Papa es el “Maradona” entre Dios y los mortales.

Pero a diferencia de Diego, a quien Dios guió quirúrgicamente para hacer feliz a los amantes del fútbol, los políticos argentinos -exhiban o no símbolos cristianos- también parecen creer que cumplen una misión divina, aunque no dan con los resultados celestiales que se espera de ellos.

Coinciden, en muchos casos, con Maradona en eso de que no han hecho nada para ser políticos, no se han preparado para los desafíos de gestión y han dejado un tendal de pecados que, mientras esperan a ser juzgados en el más allá, transitan con suerte dispar los tribunales del más acá.

La gran diferencia entre Maradona y la política argentina es que el 10 siempre logró ser el mejor en lo suyo y no para sí, sino para sus seguidores. Y, gracias a Dios, Diego Maradona nunca metió un gol en contra, acción en la que son expertos los dirigentes argentinos, empezando por Adorni. Y a quien desde ahora habrá que empezar a recordar -como a ninguno- cada 27 junio, una fecha especial en la Argentina, que lo califica a la perfección. FIN.

 

 

 

Fuente: Por Guillermo Memo García (de la Redacción de COSA CIERTA)

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