
“No me dicen quién lo contrató. Nadie da la cara. Mi hijo tiene fracturas por todo el cuerpo y sufre ataques de pánico”, dice Beatriz Monzón, madre de Gustavo Emanuel Lengert, el trabajador de 37 años que cayó desde más de 12 metros mientras soldaba un galpón en el Parque Industrial Norte de San Nicolás.
El accidente ocurrió el martes 11 de junio, alrededor de las 14 h. Gustavo, montador mecánico, estaba subido a un andamio cuando, según el relato de su madre, una de las ruedas se trabó en un pozo y la estructura completa se desplomó. Aunque llevaba arnés, no había punto de anclaje. Cayó con todo el equipo.
“Él trabaja en altura hace años, desde pintar torres hasta levantar estructuras metálicas. Pero ahora, lo peor es el silencio. Nadie nos llamó. Nadie explicó nada. No sabemos ni quién lo contrató”, repite Beatriz, viuda y sola en el reclamo.
Fracturas, pérdida de memoria y ataques de pánico
Gustavo fue trasladado de urgencia por una ambulancia del SAME al Hospital San Felipe. El parte médico fue grave: fractura expuesta en la muñeca derecha —requiere prótesis con ocho plaquetas—, ruptura del manguito rotador izquierdo, costillas fisuradas y fractura en ambas rótulas.
“Sufrió una explosión en las rodillas, como si le hubieran dado un mazazo”, explicó su madre, repitiendo las palabras de los médicos. Hoy, además del daño físico, sufre ataques de pánico, insomnio y lagunas de memoria. No recuerda lo ocurrido.
El lado oculto del trabajo informal
El hecho expone la cara más cruda de la precarización laboral. El accidente ocurrió en un lugar que, en los papeles, simboliza desarrollo, producción y formalidad: el Parque Industrial. Pero la realidad muestra lo contrario.
Beatriz asegura que su hijo trabajaba sin contrato, sin seguro ni respaldo. Nadie le explicó a la familia bajo qué condiciones fue contratado. Tampoco apareció la empresa responsable.
En San Nicolás —como en gran parte del país—, el trabajo informal se extiende bajo la lógica del “te llamamos mañana”. La necesidad impone silencio, y los riesgos recaen siempre sobre el trabajador.
Gustavo sigue internado, sin certezas sobre su recuperación. Su madre sostiene todo: emocional, económica y legalmente. Lo único que pide es lo mínimo: que alguien dé la cara.
“No quiero venganza. Quiero que se hagan responsables. Porque mi hijo se pudo haber muerto. Y porque esto no puede volver a pasar”, concluye.
La historia de Gustavo no es una excepción. Es parte de un sistema donde la fachada del crecimiento se sostiene sobre la informalidad, la tercerización sin control y la desprotección absoluta.