Se llama “annus mirabilis” a un “año de maravillas” o “año notable”. O sea, un año en donde lo que sucedió fue realmente sobresaliente. Por ejemplo, se llama así a 1492 para España, porque fue cuando el imperio desembarcó en América. O 1905, cuando Einstein escribió cinco documentos que revolucionaron la mecánica clásica, el electromagnetismo y la termodinámica. O 1989, por la caída del Muro de Berlín y los cambios geopolíticos que tuvieron lugar en el mundo.
Bueno…, para cierto consenso económico electoralista y para el propio Javier Milei, la Argentina de 2023 fue todo lo contrario de eso. Lo llegaron a denominar un “annus horribilis” al compararlo con los momentos trágicos de la humanidad.
Como se recuerda, tras dos períodos de crecimiento del Producto Bruto (10,4% en 2021 y 5,2% en 2022) el país comenzó el año pasado con una sequía histórica que ocasionó la pérdida del 50% de los cultivos y US$ 20 mil millones menos de ingresos por exportaciones. A eso se le sumó la profundización del conflicto interno entre aquel presidente y su vice, la incertidumbre en los mercados tras el triunfo libertario en las PASO, la devaluación posterior del peso y, según Milei, una inflación proyectada en diciembre del 17.000%.
El problema es que hoy, en comparación con ese “annus horribilis”, la Argentina está notoriamente peor. Para respetar el origen latino del término, sería un “annus horribilis maximus”.
Y eso que este año, afortunadamente, no hubo sequía.
Esta semana se conocieron nuevos índices que describen una crisis económica similar a la de la…
Los datos de la nueva pandemia. Esta semana se conocieron los nuevos datos de la producción industrial. En junio, comparado con el junio del anterior año horrible, la producción empeoró un 20,1%.
Durante el primer semestre de este año, la producción de equipamiento informático, de comunicación, televisores y electrónicos en general es un 61,5% peor que la del primer semestre del “annus horribilis”.
Este junio, en comparación con junio pasado, la construcción se desplomó un 35,2%. Hay sectores de esa actividad, como los del acero y el asfalto, que cayeron entre el 48 y el 60%. La Cámara Argentina de la Construcción estima una pérdida de 100 mil puestos de trabajo. Clisa, una de las compañías líderes de la construcción (perteneciente al grupo Roggio) acaba de informarle a la Comisión Nacional de Valores que, debido a la situación económica, no podrá hacer frente al compromiso de sus obligaciones negociables y busca acuerdos con sus acreedores.
Según la Cámara Argentina de la Mediana Empresa, el consumo interanual general cayó un 22% y el de alimentos en particular, un 26,6%. Esto se explicaría, según números de la Cámara de Comercio, por una caída del 30% en el poder adquisitivo de la sociedad. Las ventas de combustible cayeron 12%.
Para el Centro de Economía Política Argentina (en base a datos oficiales), desde diciembre y solo hasta abril, se cerraron 9.100 empresas. Solo el 56% de las empresas pueden hacer frente al pago de sueldos en la fecha correcta, mientras que apenas el 33% puede cumplir a término con sus acreedores.
De acuerdo con el último dato informado por el Indec, el uso de la capacidad instalada en la industria cayó al 56,8%, casi un 20% menos que durante la misma época del mal 2023.
En el cuarto trimestre del año pasado, la desocupación fue del 5,7%. La última medición del corriente año indicaba que creció hasta el 7,7%, aunque la mayoría de las consultoras privadas que estudian este índice proyectan alrededor del 10% para fin de año. Casi un 100% más que durante el “annus horribilis”.
En línea con esta debacle laboral, en los siete primeros meses del año la recaudación de la Anses, bajó un 17%.
El gobierno anterior dejó un alarmante índice de pobreza que afectaba al 41,7% de la población. Cuando ahora se conoció el índice del primer trimestre del año, se supo que aumentó al 54,8%. Lo que equivale a seis millones más de argentinos afectados. En tanto que los indigentes crecieron en 5,5 millones de personas en un año.
Entre otros tantos índices, la última cifra oficial de Producto Bruto Interno (primer trimestre de 2024) indica una caída del 5,1% frente al mismo trimestre de 2023. El relevamiento de expectativas del Banco Central de julio, prevé que el año terminará con una caída del 3,7%. Lo que representaría una merma del 130% frente a la caída del 1,6% del terrible año anterior.
… pandemia. Solo que en ese momento las fábricas estaban cerradas y las calles desiertas por la cuarentena obligatoria
¿Deflación? Por eso, si 2023 fue el “annus horribilis” que Milei dice que fue, este sería su reedición, pero aún más profunda y dolorosa.
Porque todas las comparaciones asimilan a 2024 no a 2023, sino a un período de verdad horrible como el de la pandemia. Solo que en aquel momento, las persianas de las fábricas permanecían cerradas y las calles estaban desiertas por la obligada cuarentena.
Ahora las personas se mueven, el tránsito también, las empresas siguen con sus puertas abiertas. Pero el resultado económico es peligrosamente similar al de aquel país enfermo.
Semanas atrás, en una reunión del ministro de Economía con directivos de grandes supermercados, Toto Caputo les dijo que tenía dos buenas noticias.
Una era que seguía habiendo superávit fiscal. La otra, que para fin de año estimaba que la inflación llegaría al 0% o, incluso, podría haber deflación.
Sus interlocutores no se fueron más tranquilos que cuando entraron al ministerio porque temen sobre las consecuencias y las razones de esas dos “buenas noticias”.
Son supermercadistas que manejan informes reservados que les indican que las ventas en julio cayeron un 17% interanual y un 5% sobre las ya alicaídas ventas de junio. Por eso, para ellos existen altas chances de que la continuidad de la actual política económica profundice la crisis del consumo y que los precios, en lugar de subir, bajen.
De hecho, la consultora LCG acaba de relevar que el precio de los alimentos en las últimas tres semanas de julio creció apenas por encima del 0% cada semana.
En ese contexto, es posible el escenario de deflación que pronostica el ministro. El país ya lo vivió durante sus peores años económicos.
En 1999, los precios bajaron un 3,4% anual; en 2000 cayeron un 0,8% y en 2001 otro 1,5%. En esos tres años, el PBI se contrajo casi un 10% y otro 10% al año siguiente, tras la explosión de la convertibilidad.
La pobreza, que en 1998 afectaba al 18,2%, en 2002 incluía al 60% de la población. El desempleo pasó del 14,8% al 22,5% en esos cuatro años. Y en el mismo período, la deuda pública pasó de representar el 35% del PBI a ser el 152% del Producto.
Cementerio privado. Uno de los más relevantes opositores amigables con este gobierno cuenta que los restos de su padre yacen en un cementerio privado muy bonito. Explica que allí todo es prolijo, el césped siempre bien cortado, mucho silencio, algún vendedor de flores, otros que consiguen alguna pequeña changa, el sacerdote que hace lo suyo. “El único problema –concluye– es que ahí están todos muertos. No hay vida, no hay nada, no hay futuro, solo kiosquitos. El país se está pareciendo a esa paz de los cementerios en donde las cuentas pueden ponerse en orden y los precios no aumenten, pero es porque estaremos todos muertos”.
Por suerte, en el mientras tanto, existen otros temas de legítimo interés público que nos llenan con razón la conversación cotidiana.
Por suerte, porque si no, nos estaríamos preguntando con urgencia y sin distracciones, cómo sigue esto. Cuáles serán los efectos políticos, sociales y psicológicos de volver a vivir en un país en pandemia.
Pero esta vez sin pandemia.
Fuente: Por Gustavo González, presidente y CEO de Editorial Perfil