Fuentes de la época (noviembre de 1944) detallan que los que corrían al baño para darle muerte a golpes a Santos Godino eran los presos, sus compañeros, en venganza por haber asesinado al gato que habían adoptado como mascota en el presidio más austral del planeta.
La noche del viernes 29 de noviembre de 2024, 80 años después de su muerte, un aire gélido rebana el clima dentro de esas mismas cuatro paredes como un cuchillo. Flavio Correa, entonces, pregunta: “¿Hay alguien que quiera hablar? ¿Cayetano Santos Godino, sos vos?”.
La “caja de espíritus” y algo o alguien que quiere comunicarse desde el más allá
Un medidor de campos electromagnéticos y fluctuaciones de energía espiritual (ghostmeter) ubicado entre las canillas que ahora no son más que un recuerdo oscuro muestra una luz roja que de un momento a otro comienza a parpadear, como si algo -o alguien- quisiera comunicarse desde otra dimensión.
El reloj marca la medianoche. “Es la caja de espíritus”, dice ante 30 personas -la mayoría mujeres- que observan y le buscan una explicación a todo esto que ocurre en el Fin del Mundo, un sitio lleno de misterios. Ante la evidencia de que algo pasa, Flavio interrumpe el crepitar del ghostmeter y revela: “Alguien quiere decirnos algo, pero no sabemos quién es”.
Flavio y Brian Beker se sienten cómodos cuando les dicen que son cazadores de fantasmas. Eso hacen desde hace cinco años: cazar fantasmas. Los viernes por la noche -”no siempre, depende de la energía, no hay que agotarla”- dan un tour paranormal en la Cárcel del Fin del Mundo para intentar buscarle un sentido a lo inexplicable: la vida, la muerte, el más allá.
“Preguntas sin respuesta: qué es lo que nos pasa, qué es lo que vemos, qué estamos escuchando”
Paranormal TDF, como se llama el grupo, ofrece sesiones de ghost hunting (cacería de fantasmas). Detrás del morbo del público por visitar la cárcel de noche hay un trabajo minucioso. Todo pasa en vivo, ante la mirada del público, con instrumentos que ofrecen datos paranormales, fuera de la comprensión.
“Nos dedicamos a la medición técnica de estos eventos que pueden considerarse paranormales para buscarle un sentido. Dentro del escepticismo tratamos de sacar todo lo lógico, y una vez que eso se descarta, quedan preguntas sin respuesta: qué es lo que nos pasa, qué es lo que vemos, qué estamos escuchando”, detalla Brian.
Una estrella pentagonal, con velas en cada esquina, alumbra apenas el salón central del presidio
En esta parte del mundo en noviembre de 2024 oscurece pasadas las 21.30, por lo que el tour recién comienza a las 22. Sin embargo todavía algunos rayos de luz se filtran por los barrotes de lo que alguna vez fue la cárcel más temida del mundo. Una estrella pentagonal dibujada sobre el piso, con velas en cada esquina, alumbra el salón central del presidio.
El recorrido tiene una evolución progresiva en base a los hechos que ocurrieron en cada uno de esos lugares. El sitio que funcionaba como pabellón de castigo tiene una carga muy pesada, pero incomparable con ingresar al pasillo número 1, que aún se conserva como cuando el Petiso Orejudo fue golpeado hasta morir.
Las paredes de las celdas se descascaran por los años, el viento, la sequedad, por las inscripciones ahora ilegibles. Todo está como en aquellos años. Las salamandras que calefaccionaban a la cárcel están sucias de óxido. Las puertas de los calabozos crujen.
“Sabíamos que iba a ser una noche movida”
“Hoy entré al pabellón uno y sentí como una patada en el pecho. Una angustia terrible. Sabíamos que iba a ser una noche movida”. A Brian, uno de los encargados del tour, se lo nota impactado. Acaba de vivir una experiencia que nunca había tenido durante tantos años acá.
“Me pasó lo más fuerte de mi vida. Vi a alguien entrar por el pabellón y lo fui a buscar porque pensé que era alguien del público que estaba perdido o que se quería ir. Y acá no hay muchas salidas”, narra mientras se rasca la barbilla.
“Le quería decir que la salida estaba por otro lado. Pero cuando llegué no vi a nadie. ´Hola, ¿hay alguien ahí?’, pregunté al aire. Y entonces sentí cómo me soplaban el oído. Se escuchó un susurro. Sentía como si alguien me mirara”, agrega, conmovido por lo que le tocó vivir junto a Rocío, una de las chicas del staff.
“Los espíritus me han echado de acá”
Flavio, uno de los líderes del proyecto, no tiene miedo de lo que cuenta: “Los espíritus me han echado de acá. Es creer o reventar. Me explota la cabeza cuando lo analizo. Miedo no siento, es el pan de cada día de lo que hacemos. Todavía me sorprendo de las cosas que pueden pasar”.
Al final del primer pabellón está el baño en el que fue golpeado hasta la muerte el Petiso Orejudo. Asesino de al menos cuatro niños, su historia despierta el oscuro interés de cientos de personas que vienen y preguntan por él.
“El Petiso Orejudo de alguna manera es la estrella del recorrido. Murió acá”, dice Brian y señala la puerta del baño con el índice derecho y luego hace un gesto como para pasar, una invitación. Flavio conecta la caja de espíritus y todos empiezan a preguntar, guías y público.
Una interferencia lúgubre anuncia que alguien está presente
El aparato es una suerte de radio que capta las ondas del lugar. Una interferencia lúgubre. Se escuchan respuestas cortas, monosilábicas. “¿Te molesta nuestra presencia?”, pregunta una chica del público tras varios minutos de intentos.
Se percibe un quejido y algo como si fuera un “sí”. No es del todo claro, pero eso pareciera. Dos velas alumbran el baño en el que se formó un círculo con la caja de espíritus como eje. El clima es pesado, espeso, como si una carga se adhiriese al cuerpo. “A veces algo de acá te llevás”, admiten.
Al final del primer pabellón está el baño en el que fue golpeado hasta la muerte el Petiso Orejudo. Asesino de al menos cuatro niños, su historia despierta el oscuro interés de cientos de personas que vienen y preguntan por él.
“El Petiso Orejudo de alguna manera es la estrella del recorrido. Murió acá”, dice Brian y señala la puerta del baño con el índice derecho y luego hace un gesto como para pasar, una invitación. Flavio conecta la caja de espíritus y todos empiezan a preguntar, guías y público.
Una interferencia lúgubre anuncia que alguien está presente
El aparato es una suerte de radio que capta las ondas del lugar. Una interferencia lúgubre. Se escuchan respuestas cortas, monosilábicas. “¿Te molesta nuestra presencia?”, pregunta una chica del público tras varios minutos de intentos.
Se percibe un quejido y algo como si fuera un “sí”. No es del todo claro, pero eso pareciera. Dos velas alumbran el baño en el que se formó un círculo con la caja de espíritus como eje. El clima es pesado, espeso, como si una carga se adhiriese al cuerpo. “A veces algo de acá te llevás”, admiten.