
La historia de la Escuela Especial N° 503 es la de una lucha interminable. Fundada en 1967, el edificio en el que funcionaba en Nación 401 le fue cedido en 1969. Sin embargo, nunca tuvo un espacio propio. Con el paso de los años, la comunidad educativa pasó de la espera a la acción: la necesidad de un edificio adecuado se convirtió en un reclamo sostenido que sigue sin respuesta.
En marzo de 2024, un fuerte temporal azotó San Nicolás y dejó a la escuela inhabilitada. El agua y el viento destruyeron parte del establecimiento, afectando materiales de enseñanza y dejando a los alumnos sin un lugar donde aprender. Ante la urgencia, la comunidad educativa aceptó trasladarse temporalmente a la Escuela Primaria N° 11. Pero ese “mientras tanto” se convirtió en meses de dificultades.
Débora Carrizo, presidenta de la cooperadora y madre de una alumna de la escuela, cuenta que este año la matrícula creció: pasaron de 30 a 40 alumnos. Sin embargo, las condiciones en las que estudian no mejoraron. “Mi hija aprendió en tres meses lo que no había aprendido en tres años”, cuenta Débora sobre los avances de Emma en la escuela. “Por eso nos ponemos la lucha al hombro, porque nuestros hijos avanzan increíblemente”.
Desde marzo, el derecho a la educación de estos niños con discapacidad se ve vulnerado. “Hicimos varias reuniones con el Consejo Escolar para pedir una solución edilicia. Necesitamos más salones porque cada vez son más chicos, pero la respuesta fue dividir los espacios que ya teníamos”, explica. Para acomodar a todos los alumnos, las autoridades decidieron dividir el laboratorio en tres partes y el aula de informática en dos. Quedaron salones reducidos, con poco espacio para los alumnos, docentes y acompañantes terapéuticos.
Como la obra aún no está terminada, los estudiantes asisten en grupos de cinco o seis por turno y solo reciben una hora y media de clase. Esto entorpece su desarrollo cognitivo y educativo.
A esto se suman los problemas de infraestructura y seguridad. Durante el temporal, la escuela perdió materiales esenciales: una computadora, una impresora, un horno y una pava eléctrica, que luego fueron robados cuando los trasladaron a la Escuela N° 11. Con esfuerzo, la comunidad realizó rifas y logró reponer parte del equipamiento, pero aún siguen sin computadora, un recurso clave para el material didáctico.
La falta de un edificio no es el único obstáculo. Durante largos meses, los alumnos que utilizaban la camioneta de la escuela para trasladarse no pudieron asistir a clases porque el vehículo estaba en reparación en La Plata. “Cuando finalmente volvió, los chicos llegaron felices, cantando y bailando. Pero la alegría duró un solo día: la camioneta volvió a romperse y la mandaron nuevamente a reparar. No hay plan B. Otra vez quedaron sin clases”, lamenta Débora.
Para muchos estudiantes, el transporte es la única opción para acceder a la educación. La ausencia de este servicio no solo afecta el aprendizaje, sino también la rutina y el bienestar emocional de los niños.
Desde hace meses, la comunidad de la Escuela Especial N° 503 golpea puertas sin obtener soluciones concretas. “Nos reunimos con el Consejo Escolar, con la inspectora de educación especial, con inspección distrital y hasta con la arquitecta del Consejo. Nos dijeron que no hay fondos en provincia para construir”, denuncia Débora.
Lejos de desanimarse, ella y su compañera Johanna Bogado organizaron una convocatoria en representación de los 40 padres de la escuela. “Vamos a tener micrófono abierto para que todos puedan expresarse. Invitamos a toda la comunidad y a los medios para que nos ayuden a difundir nuestro pedido. Basta de edificios prestados que no son aptos”, expresa con firmeza.
El reclamo es claro: un edificio propio para la Escuela Especial N° 503. No solo para garantizar la estabilidad y seguridad de los estudiantes actuales, sino también para responder al crecimiento de la matrícula. El año pasado eran 30 alumnos. Este año se sumaron 10 más, incluidos egresados del CEAT y una niña con discapacidad motriz.
La historia de esta escuela no es nueva. Desde su fundación en 1967, el establecimiento ha pasado por décadas de promesas incumplidas. A pesar de contar con más de 50 años de trayectoria y ser un pilar para la educación especial en San Nicolás, sigue sin un espacio propio.
“Seguimos golpeando puertas, mandando cartas, escribiendo en redes. También estamos esperando que el intendente nos dé la reunión que pedimos el año pasado”, cuenta Débora. Mientras tanto, los niños siguen asistiendo a un lugar inadecuado, con clases recortadas y sin un entorno pensado para sus necesidades.
Pero la comunidad no se rinde. “Nos entristece que nos digan que no hay fondos, pero no vamos a dejar de luchar por nuestros niños”, afirma Débora con determinación. Y agrega un mensaje claro: “Nuestros hijos tienen derecho a una educación digna. Queremos una solución ya”.