Sociedad

Héctor Sierra, el guardián de las palabras: 40 años de una vida entre libros

En tiempos en que la inmediatez parece ser la norma y las pantallas ganan terreno, hay quienes eligen el silencio de las bibliotecas, el papel y la palabra como forma de vida. Uno de ellos es Héctor, bibliotecario de la Biblioteca Popular Rafael de Aguiar, quien este año celebra cuatro décadas de servicio dedicados a la lectura, el conocimiento y el encuentro humano

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“Esta profesión nació conmigo”, dice Héctor. Su amor por los libros comenzó en la infancia, cuando, junto a sus hermanos, escuchaba atento los cuentos que su madre les leía por las tardes o antes de dormir. Cuando aprendió a leer, los libros se volvieron su mundo. A los 12 años ya intentaba adentrarse en clásicos como La Divina Comedia, de Dante Alighieri, y Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes.

Su camino profesional comenzó con el profesorado de Castellano y Literatura, pero rápidamente descubrió que la docencia no era lo suyo. La literatura, sin embargo, seguía siendo su pasión. Fue entonces cuando le ofrecieron un puesto en la Biblioteca Rafael de Aguiar, donde más tarde cursó la carrera de Bibliotecología. Desde entonces, ese espacio se convirtió en su segundo hogar.

A lo largo de estas cuatro décadas, Héctor fue mucho más que un encargado de estanterías. Fue mediador entre los libros y los lectores, un guía que supo escuchar, orientar y compartir su amor por la literatura. “Mi primer trabajo fue la atención al público. Conversar con los usuarios, intercambiar opiniones y guiarlos: eso fue siempre lo que más me gustó”, recuerda.

Con el tiempo llegaron los cambios, especialmente la irrupción de la informática. Héctor lo tiene claro: “En algunas cosas es una gran ayuda, pero no hay que dejar de lado al libro. La computadora es solo una herramienta”.

Uno de los mayores orgullos de su trayectoria ha sido haber acompañado a generaciones enteras de lectores: “Muchos que venían de chicos hoy siguen viniendo, e incluso traen a sus hijos o nietos. Esas son las cosas que uno guarda con cariño”.

En un mundo que se transforma rápidamente, Héctor observa con atención la evolución del rol de la biblioteca. Aunque los estudiantes ya no acuden como antes a buscar apuntes o libros de estudio, hay algo que se mantiene: el deseo de leer por placer. Las novelas, los cuentos y la literatura recreativa siguen siendo protagonistas. “Todos me dicen que prefieren leer en papel, que las pantallas les dañan la vista. Eso me da esperanza”, cuenta.

Entre las actividades que más lo marcaron están las propuestas culturales como la Extensión Cinematográfica, el espacio de arte César Bustos, y los cafés literarios, que convirtieron a la biblioteca en un verdadero centro de encuentro para la comunidad.

Aunque aún no piensa retirarse del todo, sabe que cuando llegue ese momento lo que más extrañará será “al queridísimo público”. Porque si algo define a Héctor es su profunda vocación de servicio. “Me gustaría que me recuerden como un ‘descubridor’, alguien que ayudó a otros a encontrar nuevos conocimientos”, dice.

Entre sus libros favoritos, menciona a Andersen, Julio Verne, H. G. Wells, Charles Dickens, Henry Sienkiewicz y Lajos Zilahy, nombres que lo acompañaron como faros en el camino.

Cuando se le pregunta cómo imagina la biblioteca del futuro, la describe como “un espacio muy amplio, accesible, con toda la tecnología a favor del usuario y con libros para todas las edades”. Y deja un consejo a los futuros bibliotecarios: “Transmitan la importancia del bibliotecario como guardián de los libros y mediador con el usuario. Adáptense a los cambios tecnológicos sin perder el sentido humano de la profesión”.

Héctor no solo construyó una carrera: dejó una huella. En cada lector que orientó, en cada niño que volvió con un libro bajo el brazo, en cada adulto que encontró en la biblioteca un refugio. Un verdadero guardián de las palabras.

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