Desde etapas muy tempranas, el descubrimiento del otro es una aventura desafiante. Sin ser plenamente conscientes nos acercamos o rechazamos personas que nos rodean basándonos en datos de reconocimiento o confianza inicial.
En esas primeras etapas no existe anticipación ni una mente que imagine escenarios posibles del otro; simplemente nos relacionamos en el aquí y ahora. La escolaridad y los primeros grupos ayudan a descubrir sentimientos y pensamientos con relación a la vida social. A medida que avanza la construcción de la personalidad se incorporan modelos sociales y culturales en constante equilibrio con el mundo propio.
Sin embargo, en estos tiempos, la fuerza del entorno tiene más poder que lo que nunca ha tenido. Las redes sociales difunden imágenes, estereotipos, opiniones, pensamientos, etc., y se requiere de un ejercicio permanente para tomar distancia objetiva de tanta información.
Existe evidencia de que los sujetos ansiosos son más vulnerables a la influencia del entorno, tanto de personas, situaciones, reales o virtuales, sobre todo aquellas que tienen connotación negativa. Una parte de su mente está atenta a captar datos negativos, lo cual influye en la capacidad de atención, concentración y en las capacidades ejecutivas (memoria de acciones cotidianas, toma de decisiones, distraibilidad, etc.).
La persona ansiosa percibe señales de amenaza, está alerta, con impaciencia, irritabilidad y preparada para “atacar o huir”, lo cual le trae contracturas musculares, sobresaltos e insomnio.
La ansiedad puede manifestarse de diferentes formas: miedo, intranquilidad, desasosiego, “temblor interno”, síntomas físicos: palpitaciones, opresión en el pecho, sudoración; etc.
Sin embargo, una de las formas frecuentes de ansiedad específica es la ansiedad de control, es decir, aquellas personas que necesitan imperiosamente controlar las acciones del otro, tanto de índole afectiva amorosa, así como controlar el trabajo o cualquier otra acción.
Las personas con rasgos obsesivos necesitan saber qué hace el otro en términos de orden, productividad, organización (ejemplo: un empleador que insiste en la perfección y no acepta cambios, un padre que le exige a su hijo un diez y cuando el hijo lo logra le dice “es lo que tenías que hacer”, etc.).
En cambio, en personas con rasgos dependientes, el control afecta la relación amorosa por la presencia de celos y la necesidad urgente por saber qué hizo el otro a lo largo del día y debe darle explicaciones que nunca convencen, que dejan dudas.
Las personas con ansiedad de control son desconfiadas, celosas, insistentes, inestables emocionalmente. Muchas veces, sus parejas se adaptan a las crisis, a los interrogatorios, a que le revisen el celular, a ceder las claves, a esperar que “se le pase el ataque” para poder hablar con más tranquilidad.
Hay celos “mentales” y “emocionales”, ambos son diferentes por sus personalidades de base. Existen personas desconfiadas, suspicaces, cuya forma de percibir el entorno es una constante amenaza a su integridad y al medio social, por tanto, necesitan defenderse. Este tipo de personalidades no son ansiosas, por el contrario, son frías, indolentes, no se conmueven ni actúan por “arranques”, por el contrario, son astutos y actúan así en forma constante.
Tienen una idea sobrevalorada de sí mismos y creen que ellos están capacitados para captar la maldad, el desorden, las transgresiones al orden social y moral, y bregan por volver a un estatus conservador, rígido. Este tipo de personas no dependen de los demás, son independientes. No son carismáticos ni se mueven bien en medios sociales, no tienen habilidades de conexión social.
Por lo contrario, los celos emocionales, más que ser pensados, se sienten. La persona siente una corazonada, un estado de intranquilidad que alimenta pensamientos de alarma, necesita saber en forma urgente que está haciendo el otro; actúa por arranque, por reacciones muchas veces disparadas por un gesto, un mensaje intranscendente, o simplemente una vivencia de soledad, de sentir que el otro puede no estar más. Si en el caso anterior (celos mentales) el sujeto está convencido de su verdad y no sufre (sufren los demás).
En los celos emocionales sufre la persona y los demás. La ansiedad por querer saber y controlar al otro es tan fuerte que supera todo intento de control personal, es impulso; toda acción esta destinada a desenmascarar al otro, a descubrir la infidelidad.
Sufrir de ansiedad de control obliga a sus parejas a adaptarse a esta dinámica de relación. Sin embargo, en tiempos de escasa paciencia y tolerancia a los modos del otro, es frecuente que el vínculo termine a poco de comenzar. Hay mucha información en las redes sobre las relaciones complicadas o “tóxicas” que supone estar más alertas a estos rasgos de inestabilidad.
Pero algunos se quedan, por amor, por acompañarse en otras áreas, o por soportar mutuamente sus puntos más frágiles.
La cuestión es que el otro cede claves, entrega su teléfono, debe dar explicaciones, en pos de calmar los ánimos exaltados de su pareja. No obstante, como son crisis, al ceder el episodio, se puede hablar y lograr una tranquilidad que seguirá siendo inestable.
La ansiedad de control es una manifestación sintomática. No es una forma de ser, son síntomas que deben ser tenidos en cuenta para tratarlos. Es frecuente que la persona naturalice estas manifestaciones como propias, se acostumbra a convivir con este malestar y no pide ayuda.
La imposibilidad para controlar las emociones disparadas, los celos, la pelea interna entre la racionalidad que le dice que no hay motivo para ponerse de esa manera y la impotencia por frenar las reacciones desmedidas, pone al sujeto en un estado de crisis total.
Tomar conciencia del problema es el primer paso para pedir ayuda. Estas personalidades son dependientes del afuera y necesitan reforzar su mundo interno, la desconfianza externa es manifestación de sus inseguridades y fragilidad personal.
*Walter Ghedin, (MN 74.794), es médico psiquiatra y sexólogo