Opinión

¿La Argentina necesita un Conicet?

Algunos pocos ejemplos de todo lo que perdería el país si no tuviera un organismo como el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

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A esta altura no resulta novedoso señalar que el gobierno de Javier Milei está descargando un brutal ajuste sobre el Conicet y todos los organismos científicos estatales. Hemos sufrido despidos, un recorte superior al 30% en la cantidad de becas, la paralización de la asignación de fondos para investigar, el cierre de hecho de las carreras de Investigador Científico y de Personal de Apoyo a la Investigación, y una reducción del salario real superior al 35%. Son las razones de la fuga de cerebros en marcha. Para los libertarios la inversión estatal en ciencia y tecnología resulta un gasto superfluo. Suponen que esta actividad debería generar algún rédito y sostenerse mediante la inversión privada. Como en todos los aspectos de la vida, para los libertarios la solución es el mercado.

Sin embargo, no es esto lo que sucede en el mundo. Entre 2020 y 2022, según el Banco Mundial, EE.UU. invirtió el 3,46% de su PBI en investigación y desarrollo; China, el 2,43; Corea del Sur, el 4,93%, y la Unión Europea, en promedio, el 2,28%. La Argentina, con el 0,52%, se encontró por debajo de Brasil (1,15%) y del promedio de América Latina y el Caribe (0,62%). El grueso de esta inversión es estatal, porque la investigación científica insume tiempos y riesgos que no resultan atractivos para inversores privados. Para que el conocimiento científico avance, muchas veces hay que tomar caminos sin saber adónde nos llevan, esperar décadas para obtener resultados útiles y, en ocasiones, ni siquiera llegar a ellos. Pero esa inversión vale la pena. La respuesta a la pandemia mundial de covid-19, con varias alternativas de vacunas disponibles en tiempo récord, se logró gracias a décadas de inversión estatal, en Europa y EE.UU., en las tecnologías que utilizaron esas vacunas.

En sus ataques durante la campaña electoral, Javier Milei comparó al Conicet con la NASA, porque mientras el primero tiene cerca de 29 mil empleados, esta última solo tiene 18.500. La comparación es inválida porque, mientras el Conicet desarrolla investigaciones en todas las áreas de conocimiento, la NASA se especializa solo en una, la aeroespacial. Pero el dato más relevante a la hora de hacer esta comparación no es ese, sino los recursos que ambos Estados asignan a cada uno de estos organismos: el presupuesto de la NASA, de 23 mil millones de dólares anuales, es 32 veces más abultado que el del Conicet. Más adecuada sería la comparación con el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) de Francia que, como el Conicet, desarrolla investigaciones en todas las áreas del conocimiento científico. Acá también salimos perdiendo: el organismo estatal francés cuenta con 38 mil empleados, un cuarto más que su par argentino, y un presupuesto anual de 3.400 millones de euros, ocho veces más que el Conicet. Cualquier comparación internacional deja en claro que la Argentina está muy lejos de lo que los principales países del mundo invierten en ciencia y tecnología. Quizás Milei piense que todos son socialistas, pero es claro que les ha ido mejor que a nosotros.

Más allá de estas comparaciones, es válido preguntarse qué ha aportado y qué puede aportar el Conicet al desarrollo del país. En los últimos días fue noticia la aprobación de un test para detectar dengue desarrollado por un equipo de investigadores del Conicet bajo la dirección de la doctora Andrea Gamarnik. Se trata de un test que cumple con los estándares internacionales, pero que al ser fabricado localmente a un menor costo que sus equivalentes importados, permitirá una respuesta más eficiente a la emergencia sanitaria que enfrentamos cada verano y, sobre todo, un ahorro de divisas. No es el único desarrollo en estas áreas. Son conocidos los aportes que ha hecho la ciencia argentina a la emergencia ocasionada por el covid, pero hay otros en el área de salud que merecen destacarse. El equipo dirigido por Emilio Malchiodi, investigador del Conicet distinguido con el Premio César Milstein 2023, viene trabajando en el desarrollo de una vacuna contra el Chagas. Esta investigación es sumamente relevante, porque permitiría atender un problema de salud que no es abordado por los laboratorios privados, en tanto la incidencia de la enfermedad se concentra en zonas pobres de Latinoamérica, poco atractivas para los negocios. Pero la inversión en investigación científica no solo debe enfocarse en aquello que resulta económicamente rentable. Un desarrollo que permita mejorar la calidad de vida de la gente vale tanto como aquel que puede venderse por millones.

Muchas de las investigaciones que se están desarrollando en el Conicet permiten potenciar su industria, abaratando y eficientizando procesos productivos, potenciando nuestras exportaciones o generando nuevos productos y materiales. Es conocido el desarrollo de semillas de trigo resistentes a la sequía, pero hay muchos otros con igual potencial. Por ejemplo, un equipo dedicado a la micología del Intech Chascomús empleó los desechos de la industria cervecera como suplemento nutricional y logró incrementar en un 100% los rindes de una especie de hongo ampliamente consumido en el mundo. Esta tecnología ya está siendo utilizada por empresas en Argentina, como Micelio.Bio, y abre un nuevo negocio para la industria cervecera al tiempo que impulsa exportaciones no tradicionales. Las oportunidades para convertir desarrollos científicos en billetes a veces llegan de los lugares menos esperados. Walter Farina estudia el comportamiento social de las abejas y sus mecanismos de comunicación para la recolección de recursos. Descubrió que podía manipular la memoria olfativa de estos insectos con perfumes que recreaban el olor de ciertos cultivos, logrando incidir en la polinización y elevando los rindes en más de un 50%. Creó perfumes para girasol y otros cultivos, los patentó y creó Beeflow, una startup biotech con sede en Argentina y en EE.UU., que en 2021 cerró una ronda de inversión por 8 millones de dólares.

Las ciencias sociales, tan denostadas por el Gobierno, también realizan aportes relevantes. Un ejemplo es el trabajo de la doctora Ana Borzone, investigadora del área de educación, cuyo equipo ha diseñado un programa de alfabetización que fue implementado con éxito en varias provincias. El reconocido Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA, cuyas mediciones de pobreza son noticia frecuentemente, es dirigido por el doctor Agustín Salvia, que es investigador del Conicet. Hay decenas de investigaciones como estas, sobre pobreza, problemáticas laborales, vivienda, economía, violencia, entre muchos otros temas. Investigaciones que suelen ser (o al menos deberían ser) insumos para todo funcionario dispuesto a resolver problemas sociales en cualquier ámbito de gobierno, nacional, provincial o municipal.

Estos son algunos ejemplos de lo que perdería el país si seguimos avanzando hacia el cierre del Conicet. Se hace muchísimo más: investigaciones que generan oportunidades de desarrollo, que nos permiten ahorrar divisas o resolver problemas sociales. También hay otras cuya potencialidad no puede medirse en términos de su aplicación inmediata, que simplemente amplían nuestro horizonte de conocimientos en cualquier ámbito, y esas también son necesarias. ¿Quién podría haber predicho que sin la Teoría de la Relatividad no funcionarían los GPS, que se inventaron cien años después? Sin embargo, si Einstein hubiera nacido en la Argentina de Milei, seguramente estaría haciendo las valijas.

 

 

Fuente: Por Gonzalo Sanz Cerbino y Ianina Harari, investigadores del Conicet, integrantes de la Junta Interna de ATE Conicet CABA y militantes de Vía Socialista.

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