El ritual con los “mellis” era ir a esa panadería de calle Falcón. En el cochecito doble, los pequeños disfrutaban de tomar aire hasta llegar a ese lugar donde el aroma invita al placer de devorar vigilantes, medialunas o lo que brille en esa mirada en la cual es difícil resistir la tentación. Un cortado grande, ellos con sus vasos de agua y así tantas tardes antes de ir a la plaza a jugar, pero especialmente gastar energías.
Detrás del mostrador hace un par de años apareció un pibe de 20 con tonada extranjera. De mirada sonriente, saludaba a la dupla y les hacía señas, educado, amable y súper respetuoso. Atento al trabajo en la caja o detrás de escena preparando delicias. El ritual se reiteraba también para compartir con él un rato, aunque estuviera concentrado en su laburo. Su simpatía y amabilidad invitaba a volver, más allá de las deliciosas facturas.
Un día de aquellos tiempos, Marcos me contó que era venezolano. También me explicó que se había escapado de su país en búsqueda de un mejor futuro como alrededor de 230.000 compatriotas más, que tomaron el mismo camino y arribaron a la Argentina. En su caso, había llegado a San Nicolás y se lo notaba contento por fuera de estar en nuestra ciudad, más allá de uno imaginar que por dentro su procesión debía ser otra debido al cruel desarraigo con su familia, ya que sus padres se quedaron allá, en el país caribeño sin poder huir.
Nos cruzamos por la avenida varias veces después. Dejé de ir a la panadería cuando ya los “mellis” fueron creciendo y su interés mutó por jugar al básquet en la plaza en lugar de volver a ese sitio para merendar. A Marcos lo vi varias veces caminando por la avenida, un finde de sol o saliendo de su laburo para regresar a su lugar donde habita. Siempre atento, saludando, con su sonrisa como bandera. A veces pasó con su compañera de vida, riendo el doble.
Este lunes 29 de julio salí de la radio como cada noche a las 21.05 horas. Desde San Martín enfilé las siete cuadras hasta el departamento mientras las luces de la ciudad se iban apagando y en la gélida noche invernal poquitos transeúntes deambulaban por las calles. Los autos tampoco daban vueltas, es que el clima no daba para salir de casa.
Antes de llegar al destino, donde me reencontraría con el calor del hogar con Paula, Juani y Agustín, aparece Marcos caminando con sus auriculares inalámbricos como compañía para volver del trabajo a su refugio donde, por supuesto, no vive su familia. Él se detiene, nos damos un abrazo pero no sonríe. Esta vez, sus ojos no se achinan para reflejar su habitual mueca de alegría contagiosa y sincera.
Es que Marcos está nervioso. Saca su celular del bolsillo y me muestra lo que está pasando en la ciudad donde vive su familia. Me exhibe a unos asesinos de civil disparando a mansalva sobre los que reclaman en la capital de un país prendido fuego otra vez. Como si fuera una película repetida. Como cuando a él le tocó llorar en el aeropuerto para salir volando de allá.
“Ya le dije a mi padre que si hay guerra civil, me voy para allá con ellos”, Marcos no tiembla cuando me cuenta lo que me cuenta. Me estremece su inalterable tonada. Me cuesta despedirlo. Quedo estupefacto. Le doy el abrazo despedida. Ojalá lo vuelva a ver.
Entro a casa y escucho gritar a Agus y Juani excitados por la vuelta de papá. Por suerte, ellos no entienden nada de eso que acabo de vivir. Le quiero contar a Paula de mi encuentro con Marcos, pero no puedo. Evidentemente, el shock es más fuerte.
No solemos tomar real dimensión de lo que sucede con nuestros hermanos compatriotas. Miramos distantes, preocupados por sobrevivir en nuestro metro cuadrado. Total nuestras calles, por suerte, a esa hora desbordan de estruendoso silencio.
Hasta que te cruzás con Marcos y te obliga a no ser indiferente con el pesar ajeno. Ese profundo dolor con mezcla de impotencia que lo carcome no me dejó dormir anoche. Y desvelado tuve como única salida posible de la situación escribir esto. Sepan disculpar pero no pudo soportar el sólo hecho de pensar que mi amigo tenga que volverse a su país para una guerra y no para poder cumplir sus sueños que quedaron pendientes desde que debió partir.
Fuente: por Ignacio Arámburu