Sociedad

Mariela Re: la mujer que dedicó su vida a acompañar los primeros pasos con contención y amor

La docente nicoleña se despidió de la profesión tras 25 años en la educación inicial. Con emoción y gratitud, repasa su historia, sus aprendizajes y los afectos que marcaron su camino

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Mariela Re, maestra jardinera y profesora de Educación Inicial, tuvo su paso por otros trabajos, como una rotisería, empleo que dejó cuando comenzó a trabajar en doble turno en la actividad a la que dedicó toda su vida.
Compañera de Cristian, madre de tres soles —así los llama— Luna, Lucas y Dante, y con una debilidad llamada Oliver, su nieto.

Su elección por la educación inicial:
“Desde la secundaria, en la Escuela Normal, ya me decían que esta carrera iba conmigo. Mis amigas me hablaban de eso como una gran posibilidad para mi vida. Por ese entonces también pensaba en estudiar Psicología en Rosario, pero no contaba con los recursos para hacerlo, así que decidí estudiar el profesorado de Educación Inicial en la Escuela Normal”.

El aporte de la psicología en la profesión que eligió:
“La psicología abarca muchísimos aspectos de la educación inicial. No solo por ser docente: también tenés que hacer de mamá, de psicóloga, estar atenta a todo, a cada comportamiento que surge en el jardín. Siempre trabajé con salitas de 2 y 3 años, y siempre observé las conductas de los nenes. Todo cambió con el tiempo: antes, tener padres separados era un tema muy duro y se notaba en el comportamiento del chico; ahora ocurre con más frecuencia, y las formas de expresar esos conflictos son distintas, quizás menos marcadas. Apoyo, contención y cuidado son el trabajo más constante del docente. El juego es el proceso más importante en estos años: si el nene aprende eso, va a poder desarrollarse en comunidad de una forma agradable y sin problemas”.

Lo sorprendente de la educación inicial:
“Si tuviera que definirlo con una palabra, sería cambio: ver cómo una personita evoluciona tanto en tan poco tiempo, desde aprender a caminar, decir sus primeras palabras, dejar el chupete o los pañales, hasta comunicarse jugando. Todo eso ocurre en pocos meses, y una es testigo de cada paso. Se vive como un logro propio, aunque sea el trabajo de ellos”.

La despedida de la profesión:
“Es el final de un capítulo. Fueron 25 años dedicados a esto, siempre en doble turno y con muy pocas ausencias. Llegó el momento de estar con mi familia. Cristian, quien me apoya en cada decisión, acompaña este proceso. Es hora de disfrutar de mis hijos y de mi nieto. Sé que traerá complicaciones desde lo económico, pero tengo una vida encaminada a disfrutar de cada momento. Agradezco a todas las personas que estuvieron en el camino y que me dejan anécdotas que recordaré siempre”.

La representación de sus hijos:
Lucas es el entrenador, amoroso; con él tengo muchas cábalas: tengo que estar, plancharle la chomba, llenarlo de agua bendita, decirle que lo amo y darle un beso. Con Dante hacemos lo mismo, pero él es más callado, menos expresivo. Aun así, ambos siempre quieren que estemos alentando y mirando. Luna siempre hizo hockey y traté de apoyarla en cada partido. Se me hacía difícil acompañarla cuando jugaba afuera, pero siempre estuve para ella”.

Su debilidad:
Oliver es divino. Es un comentario muy de abuela, pero no puedo decirlo de otra forma. Es especial, yo digo que ya es un adulto: dulce, atento, habla lo justo y necesario. Llegó para darnos vuelta la vida y enseñarnos a tomar las cosas de otra manera. Vivía apurada, trabajando, planificando, sin tiempo. Necesito dedicarme a mí y a mi familia, y con él aprendí a hacerlo. Ahora que tendré más tiempo libre, no veo la hora de llevarlo al jardín”.

La parte de la vida que emociona:
“Me emocionan mis hijos y mi familia, ver cómo crecen y quieren que siga estando ahí. También me conmueve la confianza que me brindaron en distintos momentos: desde las escuelas, los padres, mis amigos y cada persona que confió en mí”.

Una vida dedicada al acompañamiento
Mariela dedicó su vida a acompañar el proceso de comunicación de los más pequeños, ya sea en el jardín o en casa. En cada espacio reinó la alegría y el juego, haciendo que el aprendizaje fuera liviano y sin preocupaciones. Hoy, con la experiencia y la madurez de los años, su mirada es distinta, pero el sentido es el mismo.
Como la tortuga de la fábula, Mariela demostró que con paciencia todo llega. Con una diferencia: ella enseñó con sabiduría, pero también con amor, cuidado y ternura, dejando una huella en todos los que formaron parte de su camino.

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