
En San Nicolás, hablar de Baby Fútbol es hablar de Miguel Magariños. Hace más de treinta años que este hombre, inquieto y apasionado, le dedica gran parte de su vida a la presidencia y organización del torneo infantil más grande de la ciudad, donde cada fin de semana miles de chicos y chicas cambian la calle por la pelota.
Su historia comenzó casi de casualidad. “Llevé a mi hijo de seis años al club Juan XXIII y me fui enganchando. Primero acompañaba a los dirigentes, después fui delegado, más tarde secretario y, a los seis meses, presidente. Pasaron 30 años y todavía sigo acá”, recuerda. Y no exagera: tres décadas al frente de un espacio que se convirtió en una verdadera fábrica de sueños para casi 3.000 niños.
El Baby Nicoleño es hoy una liga con 25 clubes afiliados, nueve de ellos con fútbol femenino, que mueve cada fin de semana alrededor de 2.800 jugadores. Para Magariños, la clave es clara: “La Liga es la madre de todos los clubes, pero los dueños son los clubes. Yo simplemente ejecuto lo que deciden los delegados”. Una manera de conducir democrática y participativa que sostiene a esta competencia como una de las más organizadas de la provincia.
En todos estos años se lograron avances notables: se ampliaron las oficinas, se sumaron camas y comodidades para recibir delegaciones en torneos provinciales y se creó un sistema de ahorro común para que todos los nenes tengan su trofeo a fin de temporada. “Eso es un mimo al alma. Antes algunos niños se llevaban una copa enorme a fin de año y otros nada. Ahora todos los chicos vuelven felices a su casa, con su regalo”, dice con orgullo.
El trabajo es ad honorem y muchas veces ingrato, pero para Magariños el verdadero premio está en lo que se ve cada fin de semana: chicos y chicas disfrutando de un espacio sano. “El único beneficio es verlos felices. Es una gratificación inmensa sacarlos de la calle y verlos contenidos dentro de una cancha”, resume.
El esfuerzo no es solo suyo. Los clubes funcionan gracias a familias y profes que, después de su jornada laboral, se ponen la ropa de entrenadores. “Nuestros profes son albañiles, carniceros, verduleros. Llegan de sus laburos, se sacan las botas y, en la medida de sus posibilidades, entrenan a los pibes. Eso es invaluable”, destaca.
Seguir de cerca semejante organización y responsabilidad no es tarea fácil: “Yo siempre digo que a la Liga hay que manejarla como a una empresa, con mucho laburo, prolijidad, transparencia y organización; si no, comienzan los problemas”, señala.
A los 73 años, Miguel sigue con la misma energía que al principio. Comerciante de toda la vida, admite que el Baby es su cable a tierra: “Me levanto temprano, trabajo, y muchas veces me quedo hasta las diez de la noche en la Liga. Me gusta que funcione bien, que los clubes sigan luchando para existir”.
Hoy, el Baby cuenta con un cuerpo de 30 árbitros, con el apoyo del municipio en indumentaria, terrenos y pelotas, y con la página “Las Promesas”, donde se difunden tablas, fotos y goles para que las familias sigan de cerca la competencia. El torneo creció tanto que hasta llama la atención de captadores de clubes profesionales que vienen a ver el nivel de los chicos.
Claro que no todo es sencillo. La situación económica golpea y la entrada de $2.000 puede ser un esfuerzo para muchas familias. También aparecen las pasiones desbordadas de algunos padres. Pero el presidente lo tiene claro: “Siempre escuchamos ideas para mejorar, pero lo primordial es que los chicos sean felices. Apuntamos a la felicidad de los chicos y sus familias”.
Cuando le preguntan quién es Miguel Magariños, no duda: “Soy una persona que le gusta trabajar para la comunidad. No me gusta estar quieto, esto me mantiene vivo y bien. Tengo una familia hermosa y el tiempo de disfrutarla”.
Tres décadas después de aquel primer paso en Juan XXIII, Magariños sigue firme, convencido de que el Baby Nicoleño es una de las mejores herramientas que tiene la ciudad para que los pibes crezcan entre goles, amigos y valores.