Historias

Nació con atrofia muscular espinal, le dieron 10 años de vida y tres décadas después representará a Argentina en los Juegos Paralímpicos

La entrerriana Stefania Ferrando aseguró que el deporte la ayudó 100% a transitar su enfermedad

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La atrofia muscular espinal, más conocida como AME, es una enfermedad genética hereditaria que puede dividirse en tres tipos diferentes. La de tipo 1, que puede detectarse al mes de vida del bebé y que se manifiesta a través de la dificultad para respirar o para tragar; la de tipo 2, que aparece al año con problemas de motricidad y pérdida de equilibrio; y la de tipo 3, que suele iniciarse en la adolescencia con problemas más leves como la dificultad al subir escaleras o realizar movimientos de mayor exigencia muscular.

Stefania Ferrando convive con esta afección (Tipo 2) desde 1993, cuando sus padres acudieron al médico en busca de respuestas al ver que su pequeña hija de un año no podía mantenerse en pie por su cuenta. Tras esa consulta, la vida de la familia dio un giro rotundo.

“Lo primero que le dijeron a mis papás era que iba a poder vivir hasta los 10 o 15 años. En ese momento no se conocía mucho sobre esta enfermedad en Argentina, así que fue como empezar a transitar un nuevo camino. Empezar a viajar cada dos o tres meses a Buenos Aires para hacerme controles con muchos médicos, buscarle la vuelta para conseguir una obra social, gestionar los tratamientos ortopédicos, hacer terapias… Fue un cambio de vida bastante heavy para lo que uno planifica o espera”, relata la oriunda de Gualeguay.

La silla de ruedas se convirtió en su medio de transporte permanente, sin embargo, no fue hasta que entró en la adolescencia cuando realmente se dio cuenta de que tenía una discapacidad. “En la escuela los docentes siempre me ayudaban y, como mi casa quedaba cerca, mis papás podían ir si necesitaba asistencia para ir al baño, al salón de actos u otras salas que no estaban en planta baja. Siempre fui muy amiguera y tuve la suerte de tener un entorno que me acompañó mucho, porque cuando era chica tenía una silla manual que había que empujar, por lo que ellos me llevaban a un montón de lugares: reuniones, eventos, o a disfrutar al aire libre”, señala.

Pero a medida que crecía iba tomando noción de lo que estaba sucediendo con su cuerpo. “En un principio creía que no le daba bola. Era como algo que me angustiaba pero no era consciente de lo que me pasaba”, reconoce, al punto que asegura que lo que más le costó fue juntarse con otras personas con discapacidad.

Fuente: Con información de Infobae

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