Lo recuerdo como si fuera hoy. Un ruido fuerte me despertó. Un sacudón me despabiló. Eran las 9.53 de aquella mañana y transitaba mi último año del Secundario en la Escuela Normal. Se jugaban las instancias decisivas del Mundial de fútbol en Estados Unidos, ya sin Argentina eyectada tras la efedrina de Maradona y toda esa historia. Vacaciones de invierno y allá estábamos con la familia, alojados en el departamento ubicado en Avenida Santa Fe, entre Laprida y Agüero, el de nuestro amigo José Mario Berdun, en plena Capital Federal (aún no era Ciudad Autónoma).
“Mamá escuché un ruido tipo explosión”, le dije. Fiel a mi curiosidad juvenil y a la vocación periodística que evidentemente ya sentía, encendí la radio para ver si había pasado algo. Puse Radio 10 (líder de audiencia en ese momento), pasé a Mitre, luego a Continental. Todo era confusión. Hasta que se impuso la triste realidad. Un nuevo atentado nos hacía temblar por segunda vez en muy poco tiempo. Un delirio. Desde que nací, me da terror el terrorismo en cualquier vertiente. Sea quien sea.
Después prendí la tele. Escombros, derrumbes que se sucedían, corridas, búsqueda, sirenas de ambulancias, postales del horror y total desolación. El peor atentado de la historia de nuestro país se había perpetrado ahí, a 20-22 cuadras de donde estábamos soñando. Una locura. Era joven, pero sensible. Me invadía el dolor. Me dio miedo vivir aquí.
Impunidad. Injusticia. Encubrimiento. Corrupción. Cinismo. Manipulación. Las familias de las 85 víctimas fatales y los cientos de heridos de aquél brutal atentado aún quieren saber qué pasó. No hubo culpables. Todo el proceso posterior dio asco.
Ya son 30 años de aquella mañana. Como fantasmas que sobrevuelan en el aire, los recuerdos siempre vuelven a aparecer. Nítidos. El atentado a la AMIA. Yo no me olvido de lo que se olvidó. Jamás.
18-07-1994 18-07-2024
Fuente: Por Ignacio Arámburu