(Por Matías Dalla Fontana) Un hombre triste pidiendo ayuda. La sinceridad de Daniel Osvaldo nos convoca. La tierra prometida de los elixires de haber sido superdeportista, devenida en objeto perdido, una sombra que recae sobre el yo. Puede iluminar una reflexión para una patria en vilo, cuando varias de sus bases culturales parecen en discusión, entre ellas, el valor de los clubes como lugar de formación. Un hombre maniatado por una trenza de tres tientos: la epidemia global de depresión, el irrefrenable avance de la droga y un modelo de deporte entregado a la monarquía absoluta del dinero.
¿Hace crisis el deporte como esencia? De ninguna manera. Lo que se expresa es un conjunto de síntomas producidos directamente por una corriente global de reducción del ser humano a la ideología del dinero y la espectacularización de la vida, donde lo financiero liquida cualquier relación con lo real. Esta corriente toma los mundos de la vida por asalto: aleja del buffet del club donde los viejos dirigentes se reúnen, extraña respecto del vestuario donde el jugador ya retirado puede dar continuidad al sentido de su vida siendo entrenador de infantiles, fragmenta la cosa concreta del asado a beneficio de la compra de un nuevo piso de mosaicos, donde ese hombre adulto puede almorzar un domingo junto a los padres de las amigas de su hija, que practica patín en ese club. Los campeones mundiales de 2022 elegían definirse con estas escenas precisas como su ADN.
El deporte verdadero no está contra la economía real. Dicotomizar, partidizar, ideologizar, como en otros campos, engendra nuevas tiranías. Asumir las tensiones entre economía y formación integral del jugador es el desafío del club en el siglo XXI. En la estructura original de la realidad personal subyace un dinamismo que la constituye. En el club del siglo XXI hay que aspirar a vencer y hay que formar integralmente, no se trata de una síntesis de dos momentos que se mezclan o “promedian” en un tercero. Las oposiciones se pueden resolver en un nivel superior: un jugador con carácter bien formado y valores sólidos será mejor a lo largo de toda su carrera y eso se proyectará al conjunto de sus espacios de vida. Freud habla del psicoanálisis, de la política y de la educación como los tres quehaceres “imposibles”: no se termina jamás el dinamismo y su unidad no anula la diferencia. El problema es que la revolución de la guita cree que puede negar una parte de la realidad humana, y esta termina entrando por asalto a la historia, bajo la forma de síntomas.
No se puede ir contra la historia, pero tampoco es cuestión de comprar un buzón. Ser dirigentes deportivos de nuestra época requiere darse cuenta de que el reduccionismo del hombre al dinero es una trampa vieja ya, da como resultado el hastío y la insectificaciòn. Puede rastrearse hasta la antigüedad en el mito de Midas. O, más acá, en el librecambismo inglés.
En la actualidad, por un lado, no sirve para el propio rendimiento de la inversión de capitales en los clubes, porque se pierden altísimos talentos en los cuales se desperdician años de formación en infantiles y juveniles, en lo que se conoce como “picadora de carne” del mercado. Por otro lado, en la historia de cada chico talentoso descartado, traumatizado, se corren externalidades negativas al conjunto de la sociedad. Un fracaso escolar, una adicción, un episodio de violencia e inseguridad, lo pagamos todos.
Nuevas formas de ejecución en los clubes del siglo XXI. Es imperioso avanzar en niveles de inversión proporcional adecuada a la antropología humanista y adecuada a los objetivos del rol del club como promotor de proyectos de vida. Tener una antropología significa saber más o menos de qué se trata esa maquinaria compuesta llamada persona. Hay que invertir en equipos interdisciplinarios que entiendan lo esencial del hombre y lo esencial de la comunidad deportiva: preparar para ganar, dentro de un preparar para vivir. Ahí se inserta el tema de la preparación para el momento del alto rendimiento y el momento del duelo posabandono de la práctica competitiva. Nos apremia concatenar las relaciones de los clubes con el sistema sanitario y con el proyecto educativo.
Un Estado que pueda no ser infartado fiscalmente, que pueda planificar el futuro siendo agente al servicio de un pueblo signado por chicos que no se droguen, que no se depriman, que no fracasen en la escuela, que sean adultos productivos, depende en gran medida de lo que los clubes puedan implantar su rol colaborativo con las familias. Millones de chicos en los clubes hacen económicamente más viable al país. Excede lo que conocemos como preparación psicológica competitiva, el futuro está clínicamente atado a cosas simples hoy no resueltas: que se pueda aprender a comer, aprender a leer libros, aprender a dormir 8 horas, aprender a ganar pudiendo perder, aprender a desconectar las pantallas. Y que todo eso sea materialmente posible en esta tierra. Un elemento específico, enfrentar a la droga. Este es el catalizador más virulento de la crisis global, se acopla al desastre comportamental por exceso de conexión virtual. Se conforma en una mercancía que circula en el ambiente como una especie de mancha que se disemina. El club debe tener claro que para detener la constante baja en la edad de inicio de consumo de drogas, necesita trabajar sobre aumentar la conciencia de daño, disminuir la accesibilidad, desalentar la tolerancia social.
Matías Dalla Fontana es psicólogo de la UCA, exPuma y fundador de Proyecto Deporte Solidario