Tiene autismo y creó junto a María Kodama un asombroso museo de la discapacidad
En la Facultad de Medicina, Nika Pedro recorre la obra que llena las paredes, en la que artistas con distintas discapacidades pudieron expresar, a través del arte, su otra manera de conectar con el mundo.
“Lo que las personas tienen en la mente merece ser respetado”, dice Nika Pedro. Una de las muchas frases que lanza en su discurso y resuenan de manera especial. Él es especial: tiene autismo y un talento inagotable. Y mientras avanza por los pasillos de la Facultad de Medicina, todos lo saludan con afecto. Profesores, alumnos, personal no docente. Es que la facultad es como una segunda casa para él, puesto que ahí, en el salón de los bustos, donde está la magnífica sala de profesores, funciona el Museo de la Discapacidad que fundó y dirige.
Un proyecto que nació de la mano de María Kodama, y por eso lleva su nombre: Museo Internacional de la Discapacidad María Kodama. La amistad de Nika con la pareja de Borges se dio con naturalidad, y pronto el joven se convirtió en una especie de ahijado. “Ella fue la persona que me enseñó, una de las influencias más grandes que tuve en este camino. Ella hizo mucho por la discapacidad en forma silenciosa, porque Borges no podía ver y ella se ocupaba de que él vea. En mi caso, teniendo autismo, jamás me trató diferente. Recuerdo que el día que se lo confesé, le dije que, si a veces era un poco raro era porque tenía autismo, y ella me miró y me dijo: bueno, ¿qué vamos a comer?”.
Hay en las paredes del museo obra de artistas consagrados, que la donaron especialmente. Pero la mayoría son piezas de artistas con discapacidad. Distintos grados de autismo, de parálisis cerebral, ELA. Hay obras de personas que tienen dificultades para mover sus manos. O que no pueden comunicarse con palabras pero sí son capaces, con sus creaciones, de transmitir con fuerza lo que sienten y les pasa. Algunos lienzos parecen gritar. Otros están plagados de simbolismos que el director, como guía y curador, explica y acerca. Esa función, la de acercar mundos, se plasma de una manera impactante en esas paredes.
“El museo nació porque yo creía que a la discapacidad le faltaba, o al menos merecía tener, una estructura firme en lo que tiene que ver con la cultura —dice—. Así como existe un museo de Borges, o uno de Bellas Artes, creía que tenía que existir un museo de la discapacidad, donde se plasme, a través de la expresión artística, esta otra forma de compartir el mismo mundo que tenemos las personas con discapacidad. Y los planetas se alinearon de una forma maravillosa, con los distintos actores que forman parte de esto, incluyendo a la Embajada Suiza, y así fue indiscutible que el museo tenía que estar aquí. Ocupa el salón de los bustos: donde todas las autoridades de la medicina están mirando a la discapacidad”.
Por supuesto, hay un gran retrato de Kodama. También obras que homenajean a Hellen Keller, la escritora y activista sorda y ciega, emblema de la idea de superación personal, que creó métodos innovadores de comunicación. El visitante se encontrará también con muchos unicornios. Simbolizan a los compañeros que murieron, en muchos casos muy jóvenes y cuya obra forma parte de las paredes.
“Dicen que la palabra no puede explicarlo todo, a menos que seas un poeta —dice Nika—. La palabra no puede explicar lo que sentimos, pero una obra de arte sí. El museo muestra el dolor, el placer, las crisis, explica lo que sentimos en diferentes cuadros cuando lloramos y nos tiramos al piso, tapándonos los oídos. Las personas con autismo recibimos demasiado y a veces ese exceso de estímulos provoca crisis. Es un museo armado por personas con discapacidad, para que quien necesite ayuda pueda contactarnos. Y si no tenemos las herramientas para ayudarlo, las buscamos, para poder hacer algo y caminar juntos”.