
Javier Noseda, oriundo de Villa Constitución, cantante nato de tango, poseedor de una familia fantástica, vivió una infancia y adolescencia marcada por una de sus grandes pasiones: el básquet. Un golpe familiar lo llevó a lo que él llama una “casualidad maravillosa” y lo sumergió en el mundo del canto y el ritmo del 2×4, recorriendo países como Panamá, Costa Rica, Chile y Uruguay, donde el escenario se llena únicamente con su voz. También compartió su talento con artistas de la talla de María Marta Serra Lima y “Pipi” Piazzolla, entre otros. Una persona feliz, que recuerda con nostalgia y cariño cada paso vivido.
La aparición del canto: “Nunca pensé que iba a ser mi profesión, apareció de casualidad a mis 30 años, hoy tengo 53, por un artista de la ciudad que en una cena dijo que tenía shows por realizar pero la voz ya no le daba más y me pidió si podía cantar algo. Me negué de manera rotunda hasta que me animé, me sabía más o menos bien dos tangos y un día, en una peña que ya no se hace en la ciudad, en un momento del show, me presentó y subí a cantar. Desde ahí seguí con este camino hermoso y satisfactorio hasta el día de hoy. Hasta esa presentación nunca había estudiado nada de canto ni mucho menos subirme a un escenario, pero por suerte pude manejar bastante bien los nervios y la ansiedad, lo cual hizo que mi primera noche fuera inolvidable”.
La elección por el tango: “Estudié 11 años en el conservatorio de Rosario y el director de ese momento lo hizo muy simple: me dijo ‘vos sos tango’. Soy melancólico, nostalgioso, llorón, de recuerdo fácil. Todos hablan del tango como una cuestión de sufrimiento, pero con el paso de los años algo te atraviesa que te hace entenderlo o vivirlo de otra manera. Por algo es considerado un patrimonio de la humanidad: hay un tango para cada ocasión”.
La representación del básquet en su vida: “Firmat, San Nicolás, Venado Tuerto, Armstrong y Casilda son lugares que forman parte de mi adolescencia dentro de mi primera pasión. Sigo teniendo contacto con mis compañeros de equipo y me emociono al ver que en determinados lugares siguen estando los bares y espacios en los que prácticamente pasaba horas de chico. Ver que existió un paso del tiempo pero que siguen ahí es realmente conmovedor”.
La unión del básquet y el tango en su vida: “Te diría que el compañerismo y la soledad son los puntos en común de estos dos extremos de mi vida. El compañerismo de un equipo, sumado a aquellos artistas con los cuales no hay egos de por medio, son momentos de compartir similares. La soledad de irse de casa para jugar en un equipo fuera de tu ciudad es la misma que sentís cuando bajás de un escenario o las luces se apagan. Me ha pasado de estar en eventos convocantes donde me pedían que siga cantando y el aplauso era inolvidable, a encontrarme con la nada misma fuera del escenario. Quizás esa sea la otra cara de la moneda: generalmente las personas no conocen o entienden el impacto que ocurre con el artista una vez finalizado su show”.
La relación del artista con su público: “En el conservatorio existe una máxima que indica mantener la distancia entre el espectador y el artista dado que ‘si ganás un amigo, perdés un artista’. Yo nunca pude lograr eso, soy emocional y acepto las muestras de afecto y admiración de la gente, me es inevitable”.
La emoción del arte: “El arte tiene un lenguaje oculto, un momento preciso. Vos, yo, cualquier persona puede tener conocimiento sobre el arte o no, pero, por ejemplo, podés estar en un concierto y en algún momento va a suceder una sensación que te traspasa y la vas a recordar para siempre. Ese poder único que tiene el arte de emocionarte sin tener noción de a qué se debe. Y si todavía no ocurrió es porque no era el momento o el lugar indicado”.
La música no pide permiso, el arte y la emoción tampoco. Ya son incontables los años en los que Javier, desde un escenario, supo encontrarle brillo a cada persona que lo observa. Fiel a su constante deseo de superación, desarrolló innumerables anécdotas que hoy forman parte de su integridad. La familia siempre estuvo presente, así como su pareja, admirando cada sentir que provocaba el tango inesperado que se apoderó de su ser. Una trayectoria inolvidable, sostenida por un agradecimiento sin límite de tiempo a esta vida afortunada que le tocó y le tocará vivir. La tranquilidad de la conciencia que no posee ego alguno es un reflejo del talento con el que conmovió múltiples espacios. Las pasiones de su vida, entre similitudes y diferencias, lograron encauzar una personalidad acorde a las emociones y sentimientos que buscó expresar. Más allá de la melancolía, el desamor, el desencuentro, la tristeza o la angustia que hablan algunos tangos, supo saberse feliz porque vivió su vida a su manera. Si hay amigos, siempre existirá un momento para cantar.