Sociedad

Argentina no es un país libre de analfabetismo

Según el Censo 2022, solo el 1,9% de la población no sabe leer ni escribir, pero los datos recientes revelan la verdadera crisis educativa.

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Según el Censo 2022 la Argentina es un país “libre de analfabetismo”. Solo el 1,9% de la población no sabe leer ni escribir. Podría parecer un logro indiscutible. Sin embargo, los datos recientes revelan la verdadera crisis educativa.

La evaluación Aprender Alfabetización 2024 indicó que, en tercer grado, el 11,6% de los alumnos apenas se inicia en la lectura de textos simples. La brecha por tipo de gestión es contundente: 14,3% en escuelas de gestión estatal versus 4,1% en las de gestión privada. Ahora bien, todas las escuelas en la Argentina son públicas. La diferencia es que algunas son gestionadas por el Estado y otras por privados, pero todas deben cumplir los lineamientos que fija la jurisdicción. Por eso, la diferencia primaria de resultados no proviene de currículos radicalmente distintos, sino de entornos alfabetizadores distintos: capital cultural del hogar, presencia de libros, hábitos de lectura y participación familiar.

Aquí aparece el nudo del problema: el Estado, en vez de habilitar diversidad y aprendizaje institucional, tiende a uniformar prácticas e imponer métodos desde arriba. El aumento del gasto no se tradujo en mejores resultados de alfabetización porque el cuello de botella no es de recursos, sino de incentivos, gestión y libertad pedagógica.

Los métodos clásicos ilustran esto. El fonológico enseña de manera sistemática la relación entre letras y sonidos; el global propone sumergir a los chicos desde el inicio en textos completos. Como señala Anabella Díaz, ninguno es universal: su eficacia depende del punto de partida de cada niño. Para hogares con fuerte estímulo lector, el enfoque global puede ser más motivador; para hogares sin esa base, el fonológico suele ser imprescindible. El error es establecer un único método desde un despacho, ignorando la heterogeneidad de trayectorias.

Las cifras sobre ambientes alfabetizadores lo refuerzan: el 29,9% de los hogares de alumnos de gestión estatal no tiene un solo libro. En los hogares de alumnos de gestión privada ese número baja al 12,3%. Dos de cada tres escuelas declaran tener bibliotecas en el aula, pero pocas las usan a diario. En este marco, una tercera parte de los alumnos de tercer grado no lee en su tiempo libre ni escucha lecturas en familia.

¿Qué hacer? Primero, poner en el centro a las familias y a las comunidades. La evidencia sostiene que cuando los adultos leen en voz alta, amplían vocabulario y comprensión, y fortalecen el vínculo afectivo. Segundo, libertad con responsabilidad por resultados. Si una escuela de gestión privada demuestra buenos resultados, la jurisdicción debería dejarla hacer, habilitándole la elección del método que considere más adecuado. El rol estatal no es controlar la minucia pedagógica, sino definir objetivos claros, medir con transparencia y acompañar a quienes más lo necesitan. Tercero, reconocer que no todas las familias pueden. Allí se requieren apoyos focalizados (tutorías tempranas, bibliotecas móviles, clubes de lectura, alianzas con organizaciones sociales) para compensar déficits de entorno.

En síntesis: la alfabetización mejora con libertad educativa, familias comprometidas y comunidades activas. El Estado debe dejar de ser parte del problema (imposición uniforme y controles ineficaces) y enfocarse en evaluar, publicar resultados y respaldar a los alumnos sin entorno alfabetizador. El futuro educativo no se define en los ministerios, sino en cada cuento leído y en cada palabra compartida en libertad.

Fuente: Con información de Data Clave

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