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Boxear para vivir mejor

Ignacio Baconsky, un apasionado por el boxeo y la vida, revela cómo este deporte marcó su camino y le enseñó valores fundamentales que hoy transmite a sus hijos, Lara y Pedro, como una preparación constante para enfrentar los desafíos cotidianos

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Ignacio Baconsky está sentado en medio de su padre y su abuelo en la cocina de la casa. El padre con su whiscola y su cigarro, el abuelo con la silla al revés, con el pecho apoyado en el respaldo. Era un ritual juntarse a ver la pelea. Pero todavía sus ojos miraban desde la inocencia de un niño, de la pelea sólo esperaba que uno le pegue una piña a otro y lo tumbe.

De adolescente jugó al fútbol para el Fortín Fútbol Club, al básquet para el club Don Bosco y al rugby para el club Regatas. Si bien entendió que los deportes de contacto físico le gustaban más que los otros, ninguno de los tres deportes terminó de encantar a ese adolescente, que entre el barrio, la escuela y cierta tendencia a la carroña, cada dos por tres iba a trabajar con un ojo negro al servicio de catering de la familia. Fue uno de los mozos quien le sugirió a su madre que lo mande a boxeo. “Mónica, ¿por qué no lo mandas al gimnasio de Horacio Rubiola? Así se calma este chico”.

Al otro día por la tarde, se dirigió a calle Roca sin saber que estaba por conocer uno de los templos de la historia del boxeo local. Cuando atravesó la puerta del gimnasio, sintió un escalofrío que le sucumbió el cuerpo. Entonces la vio: allí estaba la bolsa de boxeo, esperando por él para marcarle la vida. “Algo pasó ese día, el ritual de vendarse las manos, el ruido de los golpes, el olor al gimnasio, fue amor a primera vista”.

Asistió durante dos años al gimnasio de Rubiola, donde practicó un boxeo recreativo más que competitivo, pero donde aprendió lo que él llama el buen boxeo: a florearse, a mover las piernas y, sobre todo, que “el boxeo es el arte de pegar y no dejarse pegar”. Hasta que una tarde, Beto Rubiola, uno de sus profesores, lo invita a que se acerque hasta el gimnasio fuera del horario de clases. La cita era para guantear con otro de los hermanos, Mauricio Rubiola, que ya tenía experiencia y contaba con varias peleas en su haber. Cuando terminaron los cuatro rounds, Beto miró a su padre Horacio Rubiola (quien llegó a guantear con Monzón y es historia aparte), quien asintió con la cabeza y se arrimó a Nacho cuando abandonó la lona. “Nene, vos estás para competir. ¿Por qué no vas al gimnasio de Daniel Balbuena y Julio Ramírez?”, aseguró Horacio.

Con dieciséis años y dos de experiencia, agarró el bolso y la bicicleta y se dirigió al barrio San Martín, al gimnasio El Salvador (otra historia aparte). Al ingresar, varias personas dejaron de boxear arriba y abajo del ring para mirarlo. Nadie devolvió el saludo y enseguida volvieron a sus actividades. Lo primero que notó fue la lona del ring cubierta de sangre. “Ese día volví a mi casa pensando si quería seguir boxeando. Si bien me había defendido bien con los recursos que tenía, me habían propiciado una paliza tal, que los dolores en el cuerpo me duraron varios días”.

En el año 2005 hace su primera pelea, pero destaca que creó su propio estilo de boxeo a partir de la enseñanza de los dos gimnasios. Hoy entrena y es profesor en el gimnasio Combativo Boxing Gym de Federico Cortagerena, quien lo definió como “un boxeador técnico, valiente y vistoso, da gusto verlo boxear”. En el año 2016, junto a Fernando “Pinchón” Montes, representó al gimnasio en el certamen “Ligas de las Estrellas”, donde participan los mejores boxeadores del país, entre ellos Sergio “Maravilla” Martínez.

Tiene varias peleas como profesional y se caracteriza por pegar fuerte en relación con los kilos que pesa. Es el boxeador experimentado que siempre está dispuesto a subirse a un ring. Reconoce como fundamental el respeto al rival “porque es el que hace sacar lo mejor de mí” y, además de Martín “Látigo” Coggi, Marcos “el Chino” Maidana y Muhammad Alí, destaca a sus padres como referentes. “Nunca estuvieron ni cerca de pisar el ring, pero se han caído y resurgido como el Ave Fénix”. Porque para Ignacio Baconsky, el boxeo es como la vida: “luchador no es el que gana arriba en un ring, sino aquel que, a pesar de haber perdido, se levanta y lo vuelve a intentar”.

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