
Hay caminos que comienzan en el susurro de una pasión temprana y que, con el paso del tiempo, se convierten en una forma de vida. En el caso de Eugenio Ortega, la música fue ese llamado interno que, desde pequeño, definió su manera de habitar el mundo. Papá, músico, docente, cocinero y soñador, construyó su identidad artística navegando entre ritmos, canciones y proyectos, siempre impulsado por el deseo de compartir.
Desde sus primeros recuerdos, la música estuvo presente. “Desde que tengo uso de razón tengo contacto con la música. Hasta los 18 años fue más un hobby, una búsqueda. A esa edad me fui a estudiar música a Rosario, donde comencé el camino del estudio formal. Me inscribí en la carrera de canto lírico en la Universidad de Rosario, sin conocer a nadie, y en paralelo estudiaba cocina. Fueron años duros de formación, girando por la ciudad, soñando con tocar en diferentes lugares. Más tarde, en esa vorágine, conocí a mis compañeros de banda y formamos La Ilusión Orquesta, con la que tocamos en muchos sitios, incluso en varios lugares de Europa”.
El 2008 marcó un quiebre en su vida. “Me fui a Europa con unos amigos a ver qué pasaba. La cocina era mi trabajo, pero la música era mi pasión. Viví siete meses allá; trabajaba en un hotel en Ibiza, que luego cerró. Esa situación fue el puntapié para dedicarme de lleno a la música. Retomé los proyectos con La Ilusión Orquesta, tocando en lugares más grandes en San Nicolás y Rosario, siempre de manera independiente. Un año después volví a vivir en San Nicolás y fundé la escuela de percusión A los Tambores, donde sigo trabajando. Además, sigo capacitándome de manera particular para estar al día en todo lo que sucede en este arte”.
Más allá de la música, Ortega encontró otras pasiones que acompañan su camino. “La cocina siempre fue un medio, algo pasajero para poder desarrollar la música, que siempre supe y sentí que era mi pasión más fuerte. Con ella fue un encuentro mutuo que me permitió satisfacer todas mis necesidades artísticas. En la actualidad, no sólo está la música como pasión, sino también el contacto con la naturaleza, entrenar, caminar y, por supuesto, ser papá y disfrutar cada momento con mi hijo. Existen muchas demandas, no alcanza el tiempo, pero trato de acomodarme para poder cumplir con todo y a su vez disfrutar de mis espacios personales”.
La relación entre cocina y música, según explica, se da en el acto de compartir. “La primera similitud es el compartir, pasar un momento agradable con alguien que querés o que valora lo que hacés. Eso es lo lindo del arte: que alguien se lleve algo de vos y lo recuerde o lo comente después de haberlo vivido es maravilloso. Las personas tienen un porqué en la vida: algunos dan, otros reciben, otros acompañan. Y poder estar entre todo eso, en este caso dando lo que uno siente, es una necesidad realizada, una satisfacción que siempre tuve”.
La docencia también ocupa un lugar especial en su vida artística. “Amo enseñar, lo disfruto mucho. La experiencia de poder transmitir la sensación del primer acorde de la música en vivo, acompañar el proceso de la creación de todo eso, es algo totalmente cautivador. Claramente el lugar supremo es tocar en vivo y ver cómo se lleva esa relación persona-instrumento. El compartir y el aprender van de la mano, y fomentar eso desde el más mínimo aprendizaje hace que sea un objetivo cumplido para mí”.
Respecto a la actualidad de la música en San Nicolás, observa con entusiasmo el crecimiento artístico. “Recorro las calles, los lugares, escucho opiniones. Somos una banda, un montón de músicos que de diferentes formas la peleamos. Hoy veo jóvenes muy talentosos, capacitados, detallistas, que no tienen nada que envidiarle a músicos de las grandes ciudades. Me pone muy contento ver esa situación y espero que no sea una promesa o un deseo, sino una realidad consumada”.
El cauce natural del arte nace del deseo más puro. Querer transmitir emociones hacia otras personas lleva a un viaje introspectivo en donde lo bueno y lo malo tienen su lugar. El caos se presenta ante la posibilidad de compartir lo que uno siente; es ahí donde Eugenio navega entre ritmos y canciones en busca de una armonía que no alivie el caos, sino que haga sonreír y disfrutar de lo que se escucha.
El compartir, el aprender, el crear y el acompañar en un lugar del mundo se vuelven sinónimos. Eso ocurre cuando la música orquesta una pasión que fue marcada incluso antes del uso de la razón.
Eugenio Ortega lo resume en una frase que define su camino: “Algo de vos llega hasta mí”, y por suerte ese “mí” son muchos, ya sea por docencia o espectáculo, ya sea en el aula, en los escenarios o en cada rincón donde la música crea un puente entre las almas.