Historias

La historia de una pastilla que cambió miles de vidas

En su libro Aborto y misoprostol. Historia de una pastilla (UNR Editora, 2025), Natacha Mateo problematiza el período de este medicamento que va desde 1970 a 2020, e indaga en los relatos tanto de profesionales de la salud como de mujeres que lo habían utilizado como droga abortiva, y reconstruye así la historia del misoprostol desde sus inicios, cuando ya se sabía que se trataba de “un protector gástrico que también servía para hacer abortos”.

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Natacha Mateo le dedica su libro Aborto y misoprostol. Historia de una pastilla, a su abuela Graciela “que en la década del 60 abortó cuatro veces”. Se trata de una investigación que surge a partir de su tesis doctoral, porque Natacha, además de docente y Licenciada en Sociología, es Doctora en Comunicación. Desde Mar del Plata cuenta que su abuela le habló sobre la historia de sus abortos una tarde en la cocina de su casa mientras ella intentaba explicarle sus temas de investigación: “Mi abuela me contó que además de haber parido tres hijos y una hija, había abortado cuatro veces. De las muchísimas preguntas que le hice sobre cosas que ya no recordaba, me contó que su vecina la había acompañado a una clínica en Mar del Plata”. Una historia que volvió a escuchar muchas veces en los relatos de sus entrevistadas. “Dedicarle el libro a mi abuela, que falleció hace varios años, es una forma de recuperar y recordar todas esas historias de quienes tuvieron que abortar en la clandestinidad”.

Para su tesis, Natacha se propuso rastrear de dónde venía el misoprostol y llegó hasta los experimentos que realizaron científicos de un laboratorio estadounidense, en el marco de un proyecto que buscaba sintetizar prostaglandinas, que ya se sabía que generaban contracciones uterinas. Natacha se preguntaba por qué se había inscripto como protector gástrico y no como inductor de contracciones. “Lo que encontré fue que un pequeño grupo de científicos lo inscribió en la FDA de Estados Unidos (el ente que regula la producción de medicamentos, entre otras cosas) como un protector gástrico cuyas contraindicaciones eran que podía resultar abortivo y por lo tanto no podía utilizarse en mujeres embarazadas”.

En su recorrido feminista, Natacha se había encontrado con el misoprostol en diferentes oportunidades: en los Encuentros Plurinacionales, en su activismo feminista y en los acompañamientos que realizó entre 2014 y 2018. A estos puntos de partida, se sumaron otros intereses que abrieron el camino para trazar la historia del uso del misoprostrol desde los primeros años de 1970, cuando las feministas empezaron a intercambiar datos en sus estrategias de militancia cotidiana, hasta la legalización del aborto en Argentina, en diciembre de 2020. Estos cruces fueron el puntapié para escribir sobre el misoprostol como “artefacto socio técnico”.

Misoprostol es el foco de la investigación

Ya en 2014, Natacha realizó su tesis de Licenciatura en Sociología sobre las opiniones de profesionales de la salud del primer nivel de atención en Mar del Plata sobre salud sexual y reproductiva. “Esa investigación fue hace más de diez años y todavía el misoprostol no había adquirido la visibilidad que tuvo después y tampoco existía el protocolo de ILE (Interrupción Legal del Embarazo), entonces incluyó preguntas sobre el uso del misoprostol en casos de aborto no punible”. Por eso, cuando empezó a pensar un proyecto para la tesis doctoral, le pareció que debía preguntarse sobre la relación entre el aborto y el misoprostol. “Fue ahí que pensé en la posibilidad de problematizar el misoprostol como artefacto tecnológico”, señala.

Sin duda, las redes de acompañamiento y las experiencias de las mujeres fueron fundantes en la centralidad que el misoprostol fue cobrando como droga para abortar. La línea telefónica de Lesbianas y Feministas, primero, y Socorro Rosa, después, produjeron conocimiento y herramientas para su uso. Fueron muchos años de recorrido de esta pastilla en las redes de acompañamiento. Natacha da cuenta de algo importante: “En muchas entrevistas a profesionales de la salud aparecía como clave que las feministas les enseñaron a médicos y médicas a usar la medicación, dando cuenta de que la militancia feminista sabía más sobre el uso de la medicación que los/as propios/as profesionales”.

Antes de 2010, en Argentina había muy poca información sobre el uso del misoprostol, entonces “los relatos de quienes abortaron en esa época mencionan amigas que les contaron de la medicación, foros de internet que brindaban información, algún médico o médica conocido que pasó el dato, pero no mucho más”, resume Natacha. Entonces, cuando Lesbianas y Feministas publicó Todo lo que querés saber sobre cómo hacerse un aborto con pastillas, fue recibido como un manual feminista. “Por un lado tenía una estética y un lenguaje accesible del estilo de un fanzine donde recuperaban experiencias de quienes se habían comunicado con la línea telefónica “Más información-menos riesgos” pero, por otro lado, proponía algo que durante toda la década anterior había sido motivo de controversia entre profesionales de la salud: una posología sobre cómo usar el misoprostol como método abortivo seguro”.

En 2012 se forma Socorristas en Red y al contacto telefónico, las grupas de acompañamiento le suman el factor presencial. Talleres y encuentros en los que se juntan con más personas que deciden abortar. “No solo se trata de un espacio para brindar la información telefónica sino que proponen un espacio colectivo de encuentro, escucha y acompañamiento, lo cual vuelve aún más interesante esta forma de abortar acompañadas.”

En 2018, con los debates sobre el proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo, el misoprostol cobró protagonismo por el lugar central en el cual, por ejemplo, Socorristas en Red y la Red de Profesionales de la Salud, colocaron a esta medicación. En el libro rescatás esa co-construcción, ¿qué podrías destacar de ese proceso?

–En diferentes momentos históricos hay diversos actores construyendo distintos usos de la droga. Particularmente en el período 2018-2020 se puede ver, con la primera discusión parlamentaría del proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, el crecimiento exponencial del conocimiento sobre el misoprostol y, con ello, el aumento de los acompañamientos de las colectivas feministas en situación de aborto; pero también la multiplicación de las consejerías de Interrupción Legal del Embarazo en todo el país y la presión política de la Red de Profesionales de la Salud por el Derecho a Decidir para que el Estado garantice la medicación.

Políticas regresivas

Natacha subraya que en 2018, es posible encontrar que el uso del misoprostol ya era habitual en la interrupción legal del embarazo con una interpretación integral de las causales de no punibilidad. “Para muchas feministas, lo único que faltaba era modificar la idea de legal por voluntaria, pero la práctica estaba despenalizada de hecho por quienes garantizaban cotidianamente las interrupciones tanto dentro como fuera del sistema de salud. Hacia fines de 2020, el misoprostol ya se había estabilizado como un fármaco abortivo”.

Estamos en un momento muy regresivo en cuanto a derechos no reproductivos, ¿cómo se defiende en esta coyuntura el uso del misoprostol?

–La coyuntura actual es un escenario complejo para la salud integral en general. La falta de acceso a la medicación no sucede solo con el misoprostol sino con muchas otras medicaciones también. El acceso al misoprostol es diferente en cada lugar del país –en algunos lugares se consigue más fácilmente que en otros- y lo mismo sucede con la posibilidad de encontrar profesionales de la salud que realicen un acompañamiento de la práctica. Sin embargo, existe un consenso en torno del misoprostol como un medicamento seguro y fácil de usar, y al mismo tiempo, la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo posibilita un encuadre de legalidad que dificulta cualquier intento de retroceso.

Fuente: Con información de Pagina 12

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