
Ignacio Arámburu comenzó a ser periodista deportivo a los 11 años de la mano de Silvio Pedro Bonofiglio. Vivió 15 años en Capital Federal, donde siguió capacitándose en una de sus pasiones de manera diversa. Allí trabajó en diferentes espacios vinculados al periodismo deportivo, como TyC Sports, Olé y ESPN. Luego tuvo el deseo de formar una familia y regresó a la ciudad para poder cumplir dicho sueño. Ya lleva más de tres décadas con el periodismo deportivo formando parte de su ADN y, en la actualidad, junto a Germán Albornoz, hombre que le inyectó las ganas de seguir haciendo periodismo, llevan al deporte de la ciudad a la casa de todos los nicoleños a través de las transmisiones radiales. Fanático de la familia, los amigos, el rock, el básquet y las anécdotas.
La dificultad de vivir del periodismo deportivo: “En primer lugar, no tiene el reconocimiento como trabajo que se merece. Al periodismo tenés que sentirlo, es muy difícil explicarlo para quien no lo hace. Vivimos las 24 horas de ser periodistas, no hay descanso, no hay relajación. La profesión te obliga a estar atento en todo momento, al punto de ver todo con el ojo de periodista. No sé si tiene que ver con nosotros, con la inexistencia de un gremio que nos apoye o la simple falta de valoración a lo que hacemos, pero es difícil vivir plenamente de esto, más sabiendo el rol que ocupamos en la sociedad. Por suerte hay medios que entienden cómo deben ser las cosas y, de a poco, van gestionando al periodismo de forma saludable”.
La importancia del básquet: “Es el deporte que jugué y absorbí de chico. Empecé a jugarlo en el Club Arcoíris para Regatas, dado que en ese momento el club estaba inundado. También me llevó a conocer España a través de los Juegos Bonaerenses. Además, comencé mi camino en el periodismo deportivo en la época gloriosa del básquet en San Nicolás, cuando los dos clubes más importantes de la ciudad (Regatas y Belgrano) jugaban la Liga Nacional. Es el deporte que marcó mi vida tanto personal como profesional. En Capital siempre estuve ligado al básquet en los diferentes medios de los que formé parte. Cuando regresé a la ciudad, el básquet no estaba pasando su mejor momento y tuve que reinventarme, y es ahí donde aparecieron el fútbol y posteriormente el rugby, dos deportes importantes para mí, pero el básquet es el que se lleva el lugar especial en mi corazón”.
La actualidad de la profesión: “A nivel local creció el número de periodistas deportivos, pero siento que falta esa renovación de ideas que resulten atractivas para la comunidad. No es fácil tener el ingenio, los recursos y la versatilidad para realizar cosas novedosas, más aún teniendo que lidiar con cuestiones de egos, soberbia y personalidades en el ambiente. También me preocupa el hecho de que veo, por otro lado, falta de pasión, de interés por parte de algunos medios, o vaya uno a saber qué. Con Germán hace varias décadas que venimos haciendo transmisiones deportivas, y el ver que haya una sola transmisión habiendo tanto deporte en la ciudad es alarmante, o al menos preocupante. Ir a las canchas, encontrarse con otros periodistas y ser los únicos que transmitimos los partidos es un punto que me llama la atención”.
La familia: “Para mí, la familia es lo que queda después de dejar de existir. Todo lo que hago en este plano —los sueños, la emoción, vivir— es pensando en Agustín, Juan Ignacio y Paula. A veces me cuesta ir a las transmisiones porque extraño y me extrañan mucho, pero el reencuentro que ocurre después de eso es una de las sensaciones que quiero experimentar siempre”.
El legado de Martín: “Mi papá me inculcó la lectura y, desde ahí, forjé valores que ella me brindó, así como fueron reflejados en él. La honestidad y la sinceridad son bases de mi personalidad, pero lo que más rescato es haberme inculcado las ganas de llegar siempre a lo máximo en el lugar que deseaba estar”.
Su relación con el arte: “Totalmente imprescindible su existencia para cualquier ser humano. Mucha lectura, intenté hacer teatro en una época de mi vida y, obviamente, la música. El rock ha sido un cable a tierra para mí, así como un creador de anécdotas inolvidables. Hoy estoy muy vinculado a la música de Airbag, pero mi historia refleja un fanatismo supremo por Callejeros”.
La pasión se siente de una sola forma: viviendo. Y en ese vivir Nacho experimentó múltiples emociones que establecieron los sueños a lo largo de su camino. Sendero que está plagado de momentos que ayudan a concretar la vida que desea y, por suerte, las calles son transitadas de la mano de Juan Ignacio y Agustín, producto de ese soñar despierto junto a Paula. Cada tanto existe una mirada al cielo diciendo: “Si vieras dónde estoy, no lo creés. Brindé por vos en mi anochecer”, demostrándole a Martín que todo lo aprendido se hizo realidad. El sueño solo entiende de pasión y convive en armonía en el relato, en la narrativa, en el vivir y en el ser padre.



