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La política ya no es la misma: liderazgos líquidos, redes sociales y ciudadanos desimplicados

El analista Juan Germano explicó en “Es por acá” de la 102.9 cómo emergen nuevas formas de hacer política que se alejan de los partidos tradicionales y se apoyan en emociones, redes y figuras que irrumpen por fuera del sistema

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El tablero político global cambió. Las categorías clásicas ya no explican el comportamiento del electorado ni la forma en que se construye el poder. Así lo planteó el analista Juan Germano, quien en diálogo con “Es por acá” sostuvo que la política de hoy se organiza de manera radicalmente distinta a la de hace apenas una década. “Estamos ante un fenómeno global, donde lo común es el desencanto, el enojo, la apatía y, en consecuencia, la irrupción de liderazgos que no buscan sumar consensos, sino reafirmar identidades firmes”, describió.

En ese contexto emergen los llamados liderazgos líquidos, figuras que rompen con la lógica tradicional de construcción partidaria y se apoyan en vínculos más emocionales, fragmentados y fugaces con sus votantes. No buscan ampliar sus bases, sino consolidar un núcleo fiel, incluso a costa de profundizar la polarización. Modelos como los de Trump, Bolsonaro, Orbán y el actual presidente argentino, Javier Milei, son parte de esa lógica.

Según Germano, este tipo de figuras no llega al poder por casualidad, sino que logra sintonizar con el estado emocional dominante. En el caso argentino, esa emoción fue el enojo. “El que mejor supo leer y expresar ese malestar fue Milei, que captó sobre todo el descontento de los jóvenes, una franja históricamente apática. En 2023, la Argentina estaba en modo Twitter: crispada, acelerada, furiosa. Y él se convirtió en el mejor vehículo para ese momento”, afirmó.

Las redes sociales fueron claves en esa construcción. No solo por su capacidad de segmentar mensajes, sino porque permitieron conectar directamente con quienes se habían alejado de los canales de información tradicionales. Germano lo resume así: “Entendieron que había una ciudadanía que ya no estaba en modo conversación, sino en modo reacción. En ese mundo, el que grita más fuerte y en el tono adecuado tiene ventaja”.

En ese marco, cobra relevancia un actor político relativamente nuevo: los desimplicados. Son ciudadanos que se retiraron de la discusión pública, dejaron de informarse regularmente, no sienten pertenencia con ningún espacio y dudan incluso de si vale la pena votar. Según estudios recientes, podrían representar entre el 35 y el 40% del electorado. “Es gente que se corrió. Le duele su país, la economía, la inseguridad, y se protege desconectándose. No es que no le importe, es que se aleja porque le duele”, explicó Germano.

Esta novedad transforma por completo la lógica de las campañas. Ya no alcanza con seducir a los indecisos; ahora, el mayor desafío es lograr que los desimplicados vuelvan a participar. “Por primera vez en democracia, la gran pregunta no es tanto por quién van a votar, sino si van a votar”, advirtió. En ese contexto, la capacidad de movilizar a los núcleos más comprometidos adquiere una relevancia decisiva, sobre todo ante un voto optativo que puede inclinar la balanza.

La reconfiguración política también alteró los clivajes tradicionales. La oposición entre izquierda y derecha se vuelve difusa cuando un mismo candidato capta apoyos de sectores ideológicamente opuestos. “Milei logró votos tanto de barrios populares como de zonas de altos ingresos. No fue un voto ideológico, fue un voto emocional, anclado en el enojo y la sensación de hartazgo”, señaló el analista.

Frente a ese escenario, el mapa político se acomoda a nuevas reglas. El peronismo intenta reagruparse tras la figura de Cristina Kirchner, mientras otras figuras buscan posicionarse sin romper el armado. El desafío es doble: mantener movilizadas a las bases históricas y lograr interpelar a ese sector que hoy no se siente parte del juego.

La política ya no se estructura sobre partidos ni sobre programas. Se organiza en torno a emociones, algoritmos y liderazgos veloces. En ese nuevo paradigma, la pregunta central ya no es quién ganará, sino quién logrará volver a implicar a los que se fueron.

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