“Chaparrito”, como se conocía en la calle a Marcos Jeremías Maldonado, tenía 17 años. Lo último que pasó por su cuerpo antes de que lo asesinaran al alba del sábado 20 de enero con un balazo en la cabeza fue una “pipeada” de cocaína barata y residual. Al pibe sus vecinos lo despreciaban por ladrón y le temían. Cuando tenía cuatro años una maestra de jardín pidió ayuda públicamente para él, pero nadie la escuchó. Chaparrito, su vida y su muerte, enmarca la realidad de pibes muy jóvenes puestos de rodillas por un tipo de droga terriblemente adictiva, sumamente adulterada y que se consigue a precio muy bajo y que está dominando los barrios periféricos de la región hace demasiados años.
Según fuentes de fuerzas nacionales que trabajan en los barrios más empobrecidos de Rosario, una dosis de cocaína para fumar cuesta unos 2 mil pesos, cuando una dosis de coca medianamente buena se consigue dentro de los bulevares entre los 10 mil y los 12 mil pesos.
Al margen de los mediáticos desembarcos de fuerzas federales y autoridades nacionales para llevar paz y seguridad a los barrios de la región, por las venas abiertas de los barrios periféricos se robustece una realidad que liquida la suerte de una parte importante de los pibes de las zonas populares detonados por la crisis social y económica.
Este tipo de consumo no es nuevo, pero de acuerdo a la experiencia de operadores barriales e investigadores de fuerzas de seguridad ganaron terreno tras la pandemia y se consolidaron. Se los conoce como “piperos”, “luciérnagas”, por la definición que alguna vez dieron las Madres Territoriales contra las Drogas por las luces de los encendedores en la oscuridad de la noche en la pobreza. O simplemente “zombis”.
Mientras el mundo occidental busca encontrar una solución a la crisis por el consumo de fentanilo, el potente fármaco opiáceo sintético 50 veces más poderoso que la heroína, que en las calles de Estados Unidos tiene un costo de hasta 30 dólares por dosis, en nuestra región las preocupaciones pasan por otro lugar.
Una droga que aparece en las escenas del crimen
En varias escenas de asesinatos por los que han transitado cronistas de policiales, que han tenido a pibes jóvenes y pobres como protagonistas en la escena del crimen, quedaron rastros de los piperos: un encendedor; un tubito de aluminio, quizás una parte de bombilla para tomar mate; virulana; una cuchara sopera con el mango cortado; bicarbonato de sodio, restos del interior de un tubo fluorescente y hasta en algunos casos veneno para ratas; un palito de madera; y restos de cocaína barata.
Una adicción con la que, según investigaciones judiciales en curso, puede estar ligado a el robo de picaportes de casas particulares, de placas de cementerios y cables.
Mientras los referentes de la Seguridad buscan operativos rimbombantes que los posicionen en la pole position de las ruedas de prensa, estos errantes, los piperos, se hacen presentes en la agenda mediática solo cuando el final es malo, como en el crimen de Chaparrito, o en casos en los que todo podría haber terminado peor, como es el de un chico de 15 años golpeado, maniatado y torturado con aceite hirviendo que fue liberado por la policía esta semana de una tapera de barrio Godoy tras estar tres días privado de su libertad.
No hay datos científicos concretos de cuántos son los piperos que deambulan por la ciudad y tampoco, y quizás esto sea lo peor, de qué está compuesta la droga tan barata y adictiva que consumen.
No es paco
“No es paco (lo que evidenciaría la existencia en la región de cocinas de cocaína), es cocaína de muy mala calidad la que fuman para tener mejores resultados dentro de la adicción“, explicó una fuente de una fuerza de seguridad nacional con muchos años en territorio. El Paco no es ni más ni menos que la basura que se desprende de la pasta base en el proceso de fabricación de la cocaína.
Algunos piperos contaron mínimamente cómo es transitar por los oscuros senderos de este tipo de consumo. La primera sensación es “de coraje” de “estar para arriba”. Otro rasgo que plantean es estar propenso a “reaccionar mal” o a estar irascible. “Y necesidad de seguir consumiendo. Querés más. Y más. Te lo pide el cuerpo. Y cuando más fumás más loco te ponés. Más para adelante. Podes estar dos o tres días sin dormir ni comer. Lo único que te importa es fumar. Para fumar hacés cualquier cosa. Le robás a tu vieja y lo empeñás o choreás cualquier cosa”, explicó un adicto que está recuperándose con la ayuda de “la palabra del Evangelio” y que supo vivir en el noroeste de la ciudad. Y el transero siempre se aprovechará de lo que pasa al pipero.
La dosis puede durar tres o cuatro pitadas. Pero los efectos son inmediatos y demoledores. Los piperos llevan las huellas del consumo en la piel: falta de aseo y quemaduras en manos y dedos. “No te importa nada. Lo único que querés es fumar”, contó un consumidor. Una búsqueda para poder evadirse del hambre, de una marginalidad que los azota y una resignación que se nota en el aplacado tono con el que hablan sobre sus vidas. Historias tristes, de gente frágil y vulnerable, con malos finales en los que el Estado se disfraza de demente para no ver, recostándose en una miopía aparente.
Desperdicio de la cocaína estirada
“La droga que fuman puede venir del desperdicio de cocaína demasiadas veces estirada, en un laboratorio. O cocaína que compran muy barata y ellos (los piperos) le agregan cantidades importantes de excipientes en polvo (sustancias inactivas usadas para hacer que un producto tenga más volumen y sea fácil de manipular, que puede ser cualquier cosa) y terminan estirando la droga por demás”, explicó la fuente consultada. Los efectos del consumo se evidencian en una rápida y efímera sensación de euforia. La necesidad de querer más los transforma en una bomba de tiempo para sí y para los demás. Pero los piperos son tan solo un emergente de los vicios que acechan a los pibes pobres de los territorios más vulnerables.
Los especialistas de fuerzas de seguridad nacionales consultados mostraron preocupación por lo que ven en las periferias de la ciudad y aseguran que desde noviembre de 2015 no hay secuestro de pasta base en Rosario.
Por aquellos días, los últimos en caer con pasta base, insumo imprescindible para fabricar cocaína, fueron Horacio “Viejo” Castagno, Daniel “Pinkman” (como Jesse, personaje determinante de la serie de streaming Breaking Bad) Monserrat, Alejandro Flores y Diego Fabián Cuello, cocineros y proveedores de la banda que tuvo como líderes a Ariel “Guille” Cantero y Jorge “Ema” Chamorro y que fue juzgada por el Tribunal Oral Federal 3 en una causa bajo el nombre de “Los patrones”.
El consumo de la droga fumada se estableció en las grandes ciudades de América Latina hace décadas. En nuestro país comenzó a percibirse en las calles del conurbano bonaerense a partir de la crisis del 2001. La primera vez que se encontró paco en Rosario fue el 28 de abril 2010 en un operativo de Policía Federal realizado en dos viviendas de La República al 6300 y 6400, en Empalme Graneros, donde se secuestraron entre 511 dosis. En los procedimientos fueron detenidas cuatro personas, entre ellas un menor de 16 años. La investigación determinó que la droga había ingresado desde provincia de Buenos Aires.
Posteriormente no fueron comunicados oficialmente secuestro de este tipo de droga de efecto devastador.
Fuente: Leo Graciarena para La Capital